En uno de los últimos viajes largos en coche, mi compañero se ocupaba de la música:
-Ahora voy a poner una cinta muy especial, me dijo.
-¿Y eso?
Empezamos a escucharla; era un popurrí de canciones tomadas de los más variados géneros musicales. Por mi parte, para compartirla, trataba de encontrar un ‘algo’ que hiciera especial aquel conjunto de canciones. No lo conseguí. Le pregunté, y entonces entendí:
- Cada canción tiene relación con un momento de mi vida con Begoña. La primera es la música del concierto en el que nos conocimos. La segunda es la que sonaba en el bar la primera ocasión en la que salimos. La otra...
Así fue recorriendo, paralelamente, la historia de su noviazgo con las músicas de aquella cinta. Se la sabía de memoria. Cada una le hacía revivir un momento determinado.
Esta es una de las características más propias del amor: recrear. Cualquiera de esas canciones la había escuchado mi amigo muchas veces antes de conocer a Begoña. Pero a partir de un momento determinado, aquella música quedaba ligada a un encuentro con ella. La misma canción era recreada, recreada como ‘nuestra’ –de Begoña y él-.
Cada canción es la que es, pero el amor la recrea, la crea de nuevo para nosotros y significa un momento en nuestra historia. Esta es una forma de mirar de un modo nuevo lo ya conocido. Tal parque, ese tren, la luna llena, tales flores, esa bebida determinada... y tantas cosas que no son tan solo el parque de la plaza de Colón, ni el tren de la RENFE que hace el recorrido de la Costa del Sol, ni la flor amarilla que crece muy bien en primavera, ni la bebida refrescante con una exacta mezcla... No.
Cada una de esas cosas son lo que son, pero desde que han sido recreadas son –sobre todo- algo que habla de un amor, de la historia con tal persona. Aprender a vivir es aprender a mirar recreando la realidad.
Jose Pedro Manglano, El sentido de la vida
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