Eric Clapton, el mítico guitarrista, cantante y compositor,[39] habla en una entrevista de sus experiencias profundas, y de sus éxitos primeros:
“Fue abrumador. Con 22 años era como un millonario. Tenía todo lo que pensaba que había que tener para ser feliz: una casa, una novia preciosa, una carrera, dinero, un montón de gente que me admiraba. Pero no me sentía feliz, y eso me confundía, porque significaba que todo lo que me habían dicho hasta entonces era mentira.
Sigue siendo así. La publicidad te dice que si tienes este coche, esto, lo otro, un montón de cosas materiales, incluso una mujer bella, una familia, hijos, serás feliz. Es mentira. La felicidad viene, por lo que ahora he comprendido, de entenderte a ti mismo, de saber quién eres, de quererte y sentirte cómodo con tu propia existencia. Pero cuando era joven no lo sabía. De hecho, me ha costado toda la vida aprenderlo”.
Clapton tiene razón, pero ¿cómo entenderte a ti mismo y saber quién eres, cómo entender tu propia existencia, si no te dice alguien trascendente a ti la verdad de estas cuestiones? Para dar una respuesta válida al sentido de la existencia, es preciso que el hombre pueda entenderse con la trascendencia.
De ahí que debamos dar un paso más y plantearnos ahora el problema de la posibilidad de una comunicación del hombre con el ser Absoluto trascendente, con Dios. Vamos a afrontar esta posibilidad, en un principio, teóricamente, es decir: en caso de que pudiese haber una comunicación, cómo debería ser esta.
Por un lado se encuentra Dios, por otro lado el hombre. La comunicación entre los dos requeriría que ambos saliesen al encuentro, que uno y otro ‘moviesen ficha’ buscando el encuentro.
Ahora bien, si Dios se encuentra fuera del mundo, al hombre le resulta imposible contactar con él por sus propios medios, por sí solo. ¿Cómo podrá el hombre ir al más allá? Esto es, el hombre deberá buscar, pero para que le resulte posible dar con Dios, es preciso que Dios tome la iniciativa. Y Dios lo ha hecho: Jesucristo, Dios hecho hombre, ha salido a nuestro encuentro.
Jose Pedro Manglano, El sentido de la vida.
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