En un fingido diálogo de Guitton con Pascal, éste le pregunta por qué cree en Dios.
“-¿Por qué? ¡Por que me cuesta creer en él!
-A ver si le entiendo. ¿Dice usted que cree en Dios porque le cuesta creer en él?
-Sí. Y a esto añadiré, Pascal: si no me costase creer en él, pienso que no creería en él.
-Es curioso.
-Pero, sin embargo, es así.
-Supongo, Guitton, que ésta no es su única razón.
-No, pero sí es una de ellas. Si Dios fuese fácil, estaría al alcance de la mano. No sería trascendente y no sería Dios. Pero si Dios es Dios, hay una desproporción entre él y nosotros. No es de extrañar que, para verlo, tengamos que ponernos de puntillas sobre la punta del espíritu.”[1]
En el acto de fe se hace referencia a un algo trascendente, desproporcionado a nuestras capacidades; no a algo que se nos esconde, sino a algo tan distinto y superior que nos imposibilita un acceso directo a su realidad. No se trata de un algo superior ideado por mí, sino a algo independiente de mí, que existe aunque yo no lo piense.
Ese núcleo incognoscible nunca lo conoceré directamente, jamás podré alcanzar evidencia de él.
(1) Jean Guitton, Mi testamento filosófico, Encuentro, Madrid 1998, pág. 27.
No hay comentarios:
Publicar un comentario