Había un monarca en un floreciente y próspero reino del norte de la India. Era rico y poderoso. Su padre le había enseñado a ser magnánimo y generoso, y, antes de fallecer, le había dicho:
– “Hijo, cualquiera puede, por destino o por azar, tener mucho, pero lo importante no es tenerlo, sino saberlo dar y compartir. No hay peor cualidad que la avaricia. Sé siempre generoso. Tienes mucho, así que da mucho a los otros.”
Durante algunos años, tras la muerte de su padre, el rey se mostró generoso y espléndido. Pero a partir de un día, poco a poco, se fue volviendo avaro y no sólo empezó a no compartir nada con los otros, sino que comenzó incluso a negarse hasta las necesidades básicas a sí mismo. Realmente se comportaba como un pordiosero. Su asistente personal, que también lo había sido de su padre, estaba tan preocupado que hizo llamar a un rishi que vivía en una cueva en las altas montañas del Himalaya.
– “Es increíble -se lamentó el asistente ante el rishi-. Es uno de los reyes más ricos y se comporta como un pordiosero. Te estaríamos todos muy agradecidos si pudieras descubrir la razón”.
El asistente le pidió al rey que recibiera al rishi. El monarca convino:
– “De acuerdo, siempre que no vaya a solicitarme nada, ¡porque soy tan pobre!”
El rishi y el monarca se encerraron en una de las cámaras del palacio. El rey iba vestido con harapos, sucio y maloliente, en contraste con el palacio esplendoroso en el que habitaba.
Incluso iba descalzo y ni siquiera lucía ningún adorno real.
– “Estoy arruinado -se quejó el rey.”
– “Pero, señor, eres rico y poderoso -replicó el rishi”.
– “No me vengas con tonterías -dijo el monarca-. No puedo darte nada, porque nada tengo. Incluso cuando estos harapos se terminen de arruinar, ¿Con qué cubriré mi cuerpo?”
Y el rey se puso a llorar sin poder impedirlo.
Entonces el rishi entornó los ojos, concentró su mente y, como un punto de luz, se coló en el cerebro del monarca. Allí vio el sueño que tenía el rey noche tras noche: soñaba que era un mendigo, el más misérrimo de los mendigos.
Y, de ese modo, aunque era un rey rico y poderoso, se comportaba como un pordiosero. Logró en días sucesivos enseñar al rey a que dominara sus pensamientos y cambiara la actitud de su mente. El monarca volvió a ser generoso, pero no consiguió que el rishi aceptara ningún obsequio.
(Cuento hindú)
Moraleja: Tal es el poder del pensamiento. Así como piensas, así eres. Conquista el pensamiento, y te habrás conquistado a ti mismo.
Es muy importante el control de la imaginación, que como decia Santa Teresa es la “loca de la casa”
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Juan Ramón Domínguez Palacioshttp://anecdotasypoesias.blogspot.com.es
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