Antonio Bienvenida, el gran torero que falleció en Madrid el 7 de octubre de 1975, había vestido por primera vez el traje de luces en 1937 y se retiró del toreo en octubre de 1966, después de veinticinco años de profesión ininterrumpida en los cuales había recibido quince cornadas grandes. En 1971, cuatro años más tarde, decidió reaparecer, para retirarse definitivamente en 1974.
Después de la reaparición, tuvo un gran triunfo en la Feria de San Isidro -en una plaza de gran responsabilidad y con el ganado más serio de aquella feria-. El último día de la feria los espectadores le pasearon por el ruedo, y así salió a hombros por la puerta grande. Un amigo, unos días después, le preguntó:
-Antonio, ¿qué sentías cuando te llevaban y aclamaban de esa forma después de vencer tantas oposiciones a tu reaparición?
-Mira, en aquellos momentos tuve una gran visión sobrenatural y, muy sereno, iba dando gracias a Dios y diciéndole: Señor, tuyo el poder, y tuya la gloria.
En cambio, en la feria de San Isidro de 1973, Antonio Bienvenida no tuvo suerte. Estuvo varios días sonriendo -era un hombre alegre-, pero con menos fuerza de lo habitual. Un día, al salir del retiro espiritual, al que solía asistir cada mes, su expansión volvió a recobrar la normalidad.
-Mira, yo le ofrezco a Dios también los fracasos, pero como a todo ser humano, me cuesta vencer el mal sabor que me dejan. He estado unos días pensando en las razones de los últimos. Hoy en el retiro he visto claro que ocurren porque Dios quiere, y si El los quiere, será mejor para mí, y ya estoy contento.
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