Un día, el burro de un aldeano se cayó a un pozo. El pobre animal
estuvo rebuznando con amargura durante horas, mientras su dueño buscaba
inútilmente una solución. Pasaron un par de días, y al final,
desesperado el hombre al no encontrar remedio para aquella desgracia,
pensó que como el pozo estaba casi seco, y el burro era ya muy viejo,
realmente no valía la pena sacarlo, sino que era mejor enterrarlo allí.
Pidió a unos vecinos que vinieran a ayudarle. Cada uno agarró una pala y
empezaron a echar tierra al pozo, en medio de una gran desolación. El
burro advirtió enseguida lo que estaba pasando y rebuznó entonces con
mayor amargura.
Al cabo de un rato, dejaron de escucharse sus lastimeros quejidos.
Los labriegos pensaron que el pobre burro debía estar ya asfixiado y
cubierto de tierra. Entonces el dueño se asomó al pozo, con una mirada
triste y temerosa, y vio algo que le dejó asombrado. Con cada palada, el
burro hacía algo muy inteligente: se sacudía la tierra y pisaba sobre
ella. Había subido ya más de dos metros y estaba bastante arriba. Lo
hacía todo en completo silencio y absorto en su tarea. Los labriegos se
llenaron de ánimo y siguieron echando tierra, hasta que el burro llegó a
la superficie, dio un salto y salió trotando pacíficamente.
Llevar una vida difícil, o tener contratiempos más o menos serios, es
algo que a cualquiera puede suceder. La vida a veces parece que nos
aprisiona como en el fondo de un pozo, y que incluso nos echa tierra
encima. Ante eso, hay modos de reaccionar inteligentes, como el de aquel
burro, que de lo que parecía su condena supo hacer su tabla de
salvación; y otros estilos que son más bien lo contrario, propios de
personas que no saben sacar partido a sus propios recursos, y que en
cambio dominan lo que podría llamarse el arte de amargarse la vida.
Hay quienes se han acostumbrado a dejar divagar su mente por el
pasado hasta convertirlo en una inagotable fuente de amargura. Ven su
juventud como una edad de oro perdida para siempre, lo que les
proporciona una reserva inagotable frustración, y sobre todo les hace
pensar poco en el presente. Sus suposiciones sobre el futuro son
igualmente tristes y sombrías, y eso les facilita encontrar motivos para
abandonar la mayoría de los esfuerzos razonables por mejorar las cosas.
Son bastante dados al victimismo, a echar la culpa a los demás, o a la
sociedad, que malogra todos sus esfuerzos, o a sus amigos o parientes, o
a lo que sea, pero casi siempre la solución a sus problemas parece
estar fuera de su alcance. Piensan mal de los demás, y se conducen como
si leyeran con gran clarividencia los pensamientos ajenos, cuando en
realidad aciertan pocas veces (aun así, seguirán considerando ingenuos a
los que tengan una visión más positiva de las personas o las
situaciones).
También muestran una sorprendente capacidad para ver
cumplidas sus negras profecías (hacen bastante para que así sea), y en
el trato personal son susceptibles e impredecibles, de esos que te dicen
algo y es difícil saber si van en broma o en serio, pero lo que es
seguro es que después te reprocharán que te tomas en broma las cosas
serias o que no tienes ningún sentido del humor.
Todos tenemos contratiempos, todos los días. La clave es cómo
reaccionamos ante ellos. De eso depende en buena parte nuestra calidad
de vida, y la de quienes nos rodean.
ALFONSO AGUILÓ
CONOZE..COM
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