Recuerdo aquel relato
protagonizado por un escritor inglés –nunca supe su nombre- que quiso gastar una broma a diez de sus conocidos.
A todos ellos les unía una cosa: su prestigio social. Gozaban de un
halo de rectitud, admitido sin fisuras por todos los conciudadanos del
país.
Pues bien. Al protagonista de la historia un día no se le ocurrió
otra cosa que enviarles por correo, a esos diez amigos de buena posición
y fama, una escueta misiva que decía únicamente lo siguiente:
– Márchate enseguida: se ha descubierto todo.
Cuentan que la sorpresa del literato fue mayúscula cuando comprobó
que, uno por uno, sus diez compañeros abandonaron el hogar
precipitadamente nada más recibir la carta. Una simple broma removió corrupciones inconfesables.
Javier Fumero
El Confidencial Digital
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