Había sido un excelente estudiante en su ciudad de procedencia, y ahora era alumno de una de las más prestigiosas universidades de una capital europea. Había crecido en un ambiente tranquilo de un pueblo de provincia, que le había permitido estudiar con provecho, para conseguir finalmente sacar una beca para un buen colegio mayor en la gran ciudad.
Sin embargo, la llegada a la urbe fue fatal. Encontró atractivos que jamás había sospechado que existieran, salió del calor familiar y comenzó una vida desenfrenada. Matriculado en medicina, comenzó por no estudiar al día, después dejó de ir a algunas clases, acabó por no ir a ninguna y completó un primer año nefasto con cero número de aprobados.
Sabía que no podía mentir del todo porque le habían retirado la beca. Camufló sus notas, y dijo que había conseguido pasar tres cuartas partes del curso. En verano estuvo unos pocos días con su familia, porque pronto se fue al colegio mayor para, presuntamente, «estudiar». Todo mentira: tomó un avión y se fue a una coqueta playa con algunos «amigos» que había conocido ese mismo verano.
Cuando volvió para comenzar el segundo año, la cosa fue a peor. Más salidas, menos orden, nada de estudio. Cuando se completó el año se repitió la escena: volvió a mentir a sus padres.
La liturgia mendaz se repitió en los cursos sucesivos. Poco a poco, se daba cuenta de lo triste de su situación, pero era incapaz de salir de esa espiral de movida, alcohol, chicas, pereza, nada.
Al cumplirse el sexto año, su familia espera con entusiasmo al nuevo médico... pero nunca llegó. Comido por su propia mentira fue noticia en el colegio mayor y en la prensa local porque un muchacho de 23 años se había quitado la vida precipitándose por la ventana de un octavo piso.
Es una historia trágica... pero real. Tan real como el hecho de que la mentira come por dentro y hace que las personas vivan en un teatro, en la irrealidad, en la falta de libertad.
Esta dolorosa historia destaca delante de nuestros ojos la necesaria tarea de decir siempre la verdad; pone de relieve la importancia de la sinceridad.
Fulgencio Espá
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