"Pronto encontramos esta casa que todavía estamos pagando, pero donde hemos sido muy felices. Con literas y compartiendo espacios, lo cual tiene muchas ventajas". Un matrimonio madrileño cuenta la alegría con la que han vivido las estrecheces económicas propias de una familia numerosa.
En 1983 nació nuestro cuarto hijo, Alberto. Vivíamos en una casa de unos 50 metros cuadrados y, como no cabíamos, pensamos en comprar otra. Vimos una de unos 130 metros cuadrados, vendimos la nuestra y nos fuimos a la otra.
El mismo año compramos la casa y la mayor empezó el colegio. Entre lo que se pagaba por las letras del piso y el colegio, se iba una parte muy importante de nuestro sueldo. Pero al año siguiente, 1984, empezaba el colegio María.
Mi mujer y yo mantuvimos una dirección bien marcada que oí en una tertulia con San Josemaría: “No tengáis miedo a los hijos”.
Un plan de negocio atípico
Con ese perfil de gastos que tenía en 1983, una consultora de empresas nos hubiera aconsejado que abandonáramos nuestro “plan de negocio”. Pero mi mujer y yo mantuvimos una dirección bien marcada que oí en una tertulia con San Josemaría: “No tengáis miedo a los hijos”. Era una de las primeras películas grabadas que veía, pues había pedido la Admisión en el Opus Dei en 1978.
Así es cómo en 1985 nació Lourdes, en 1986 Ana y luego todos los demás. De este modo hemos ido saliendo adelante. El dicho de que el nuevo hijo trae el pan debajo del brazo, es verdad. Al nacer Lourdes hubo un movimiento en la empresa de telecomunicaciones donde trabajaba, y me promocionaron. Y así siempre.
Nuestra familia ha introducido de un modo natural la vida de piedad en la vida de cada uno. Por ejemplo, antes de dormir nuestros hijos aprendieron a rezar las tres Avemarías. Los domingos asistimos a Misa toda la familia y ese día rezamos el Santo Rosario después de la sobremesa. Esto lo seguimos haciendo ahora, y si hay algún nieto pequeño, también se apunta.
Al nacer Lourdes hubo un movimiento en la empresa de telecomunicaciones donde trabajaba, y me promocionaron. Y así siempre.
En 1996 nació nuestro último hijo, José María. Éramos 14 –once hijos más los padres y el abuelo–, así que buscamos una casa más grande. Pronto encontramos ésta que todavía estamos pagando, pero donde hemos sido muy felices. Con literas y compartiendo espacios, lo cual tiene muchas ventajas.
Más tarde se incorporó a casa mi madre, que aún vive con nosotros y que es la autora de una frase que preside la sala de estar: “Familia: santuario de vida”.
La marcha de la economía doméstica ha sido algunos años más que justa. Había momentos en los que todo parecía que se iba a hundir. Por ejemplo, desde 1983 a 1990, los hijos se fueron incorporando a los colegios Orvalle y Retamar y parecía que se iba a producir un crackeconómico. Así hubo bastantes meses en los que los números negros de la cuenta bancaria duraban solo cinco o seis días de cada mes, para volverse rojos a continuación. Sacaba enseguida dinero para los gastos básicos y a partir de ahí venían los recibos del colegio, la hipoteca, etc. Pero no hubo ningún crack.
Mi mujer a veces me recuerda cuando se estropeaba la lavadora o el lavaplatos y me metía a desmontar el electrodoméstico, junto con un amigo, hasta que a las seis de la mañana volvía a funcionar. Porque la necesidad agudiza el ingenio.
Hubo bastantes meses en los que los números negros de la cuenta bancaria duraban solo cinco o seis días de cada mes, para volverse rojos a continuación.
Una fuerte convicción
Hoy nuestros hijos se dividen entre los que han terminado sus estudios y están metidos en la vida profesional. Uno es ingeniero, otra enfermera, comunicadora, farmacéutica o dedicada a la enseñanza. Otros realizan sus estudios de Medicina, Ingeniería o Farmacia; y el más pequeño aún va el colegio.
Me gustaría que mis hijos no pierdan la idea de que en la familia hay que ser generoso. Con esfuerzo y privándose de cosas que no son necesarias.
La necesidad nos ha llevado a priorizar entre lo que es necesario y lo que no lo es. Por ejemplo, nadie en casa tenía dos pares de zapatos, sino solo un par. Eso sí, si se rompían, se reponían inmediatamente.
Me gustaría que mis hijos no pierdan la idea de que en la familia hay que ser generoso. Con esfuerzo y privándose de cosas que no son necesarias.
Las prioridades materiales de nuestra familia son: la casa, la alimentación, el colegio, la ropa. Hemos aprendido a usar muchísima ropa de segunda mano. A casa nos traían cestas de ropa de segunda mano, y las recibíamos sin ningún problema. Cada vez que nos traían ropa estábamos todos contentísimos, felices.
Ahora sabemos que hay mucha gente que lo está pasando mal y hay que solidarizarse con ellos porque no tienen a veces ni para comer.
Un proyecto de vida maravilloso
Mis hijos casados se han quedado con la idea de que la vida matrimonial es de una belleza impresionante, y mi mujer y yo nos vemos reflejados en ellos.
Ahora sabemos que hay mucha gente que lo está pasando mal y hay que solidarizarse con ellos porque no tienen a veces ni para comer.
En el supermercado, de ordinario llenábamos tres carros. Solo en leche, el consumo mensual familiar era 250 litros. A veces tenía que convencer al encargado de que era para el consumo minorista. Y desde luego, siempre repasábamos la compra para ver si nos habían cobrado de más –y entonces reclamar el importe– o de menos, y en ese caso realizar la devolución.
Nadie diría que aquellos dos jóvenes que nos conocimos en Segovia con 16 años y comenzamos a escribirnos, formaríamos una familia tan amplia, siendo ya abuelos de ocho nietos. Junto con mi mujer, hemos ido descubriendo que cada vida que viene al mundo es un proyecto de vida maravilloso.
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