Cuando Ignacio de Loyola fue herido en la guerra por una bala de cañón –que lo dejó cojo de por vida–estuvo convaleciente en su casa durante largo tiempo. Fue la ocasión para que pudiera leer unos elencos de vidas de santos, donde se exaltaba la pobreza de uno, la generosidad del otro, la grandeza de alma de un tercero.
A Ignacio se le inflamaba el corazón en deseos de parecerse no tanto a uno de ellos, sino a todos a la vez. ¡Ser grande como los santos! ¡Amar a Dios con corazón más grande y desprendido de sí mismo!
Busca tus devociones y ten por amigos a algunos santos en particular que te causen especial estima. Descúbrelo como padre o madre, como consejero en tu día a día. No se trata, como dice el refrán, de acudir a Santa Bárbara cuando truena, sino de conocer en profundidad al santo al que tienes devoción.
Ya está rodando el curso, y te preguntarás con qué hacer un rato de lectura espiritual. Pide alguna biografía de un santo que sea entretenida, realista, y te permita ver que sus luchas fueron exactamente las mismas que las tuyas. Sus caídas, sus victorias; sus alegrías y sus tristezas; sus dificultades... Así podrás conocerlo más, y tener con él o con ella un trato empático, filial –¡hablar con él!– alimentando el deseo de leer y releer sus escritos.
Al menos hay tres cosas que puedes confiar a la intercesión de ese santo al que tienes especial devoción.
En primer lugar, tu fidelidad. Encomendarle el deseo de ser fiel a la propia vocación cristiana durante toda la vida, que se concretará con los años en el matrimonio o en el celibato. Dios dirá: pero desde este mismo instante me encomiendo a ese hombre o esa mujer que, luchando en las mismas circunstancias que yo, venció con la gracia de Dios.
La segunda cosa que podemos dejar en sus manos, además de luchar por sacarla adelante, es el cumplimiento de nuestros compromisos para con Dios. Si deseamos rezar a diario, y hemos concretado hacerlo durante tanto tiempo, y queremos dirigir otras oraciones a la Virgen o recibir tales días al Señor en la comunión... no abandones tu propósito. Aunque alguna vez no salga. Sé fiel: en esa tarea te ayudarán los amigos de Dios.
Como decía un profesor universitario: los sobresalientes de febrero se sacan en octubre. Trata de hacer bien tu trabajo: ¿crees que ha habido algún santo vago o chapucero? Él te ayudará. Esta es la tercera sugerencia: encomiéndate a él para ofrecerlo todo a Dios.
Fulgencio Espá, Con El, septiembre 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario