Ocurrió durante una visita extraordinaria al hospital. Barcelona es una ciudad muy grande, y sus hospitales, inmensos. No siempre es fácil dispensar en ellos la atención pastoral necesaria. Por eso, la familia decidió llamar a un sacerdote amigo para que llevara la comunión a su padre, gravemente enfermo. Después de un rato de charla con el anciano y de darle el consuelo de la Eucaristía, el sacerdote se disponía a regresar cuando el compañero de cuarto le hizo detenerse.
Estaba ingresado a causa de un ictus cerebral que, gracias a Dios, no era tan grave como había parecido al inicio. Sin embargo, esa y otras circunstancias le habían devuelto a la Iglesia. Quería confesarse y, si era posible, recibir la Comunión. Todo el mundo abandonó la habitación y pudo cumplir su deseo.
¿Tendremos que esperar nosotros a cumplir cierta edad para volver a Dios? ¿Habrá que aguardar a la enfermedad, la vejez o la demencia para ponernos en brazos de quien nos creó? ¿Seremos tan orgullosos para seguir nuestro camino –incierto– hasta que no podamos dar un solo paso por nuestro medio?
No dejes a Dios para el final, no sea que, cuando quieras llegar, ya sea demasiado tarde. Convéncete de que, cerca de Él, la vía es más segura y la existencia, más feliz.
Fulgencio Espá, Con El, febrero 2014
Buenísimo, un mensaje que hace mucha falta
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