En Betania encontraba Cristo el descanso que necesitaba. Allí gozaba de la compañía de sus amigos. Lázaro, María y Marta solo tenían ojos para Él. Sabían que Cristo podía llegar cuando le pareciera más oportuno, porque siempre encontraría un lugar familiar, cálido, pronto al descanso.
Mientras recorría los caminos de los hombres, el Verbo encarnado experimentaba la dureza de la entrega. Su Humanidad santísima experimentaba el peso de la jornada y el cansancio de los días. Esa misma Humanidad exigía momentos de descanso; del cuerpo y del alma: los amigos. En ese hogar de Betania Cristo abría su alma, confiaba sus secretos, abría el corazón y hallaba el consuelo inmenso de saberse escuchado y querido.
También nosotros tenemos necesidad de encontrar a Jesús para compartir con Él todo cuanto somos. ¿Dónde? «Os diré que para mí el Sagrario ha sido siempre Betania, el lugar tranquilo y apacible donde está Cristo, donde podemos contarle nuestras preocupaciones, nuestros sufrimientos, nuestras ilusiones y nuestras alegrías, con la misma sencillez y naturalidad con que le hablaban aquellos amigos suyos, Marta, María y Lázaro.
Por eso, al recorrer las calles de alguna ciudad o de algún pueblo, me da alegría descubrir, aunque sea de lejos, la silueta de una iglesia; es un nuevo Sagrario, una ocasión más de dejar que el alma se escape para estar con el deseo junto al Señor Sacramentado»[1].
Haz, por tanto, de tu encuentro cotidiano con Jesús en el Tabernáculo tu particular Betania.
[1] Es Cristo que pasa, 154.
Fulgencio Espá
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