Hoy pensaba hablarte de una chica de la que supe por primera vez −y hace de ello bien poco− a través de mi hijo Javier, el que estudió FP. Luego me he ido enterando de más cosas…
Creo que la chica ronda los 18 o 19 años. Cuando la ves, te das cuenta de que no es de aquí; te lo podría apuntar el color de su piel… Aunque, también podría haber sido de estos lares, pues cada día se enriquece más el mosaico en que vivimos.
El caso es que esta chavalilla (chavalilla con todo el cariño, por edad y por menuda −metro y medio escaso−), esta chica, digo, tiene seis hermanos más… y una madre de la que fue separada para ser puesta al cuidado de los servicios sociales desde bien pequeñita.
El alcoholismo y las drogas arrasan todo lo que se les pone por delante… En este caso -menudo drama− dan hasta con una madre… Por cierto, te dejo esta guía para las familias frente a las drogas, por si sabes de alguien a quien le pueda interesar. La publicamos en su día en el Gobierno de Navarra. Haz clic aquí.
A lo que iba: me contaba Javier que, gracias a Dios, los abuelos maternos (¡cuánto pueden querer −y sufrir− unos abuelos!) estuvieron al quite y adoptaron a esa su nieta −junto a alguna otra hermanilla−. No sé la edad de las demás; me da que serían mayores y autónomas. La vida, a veces, te hace crecer a velocidad de vértigo…
Pensaba estos días en todas estas mujeres: en la hija, en la madre y en la abuela. A las tres, además de la sangre, seguro que les une el sufrimiento. Por unas u otras razones.
“La abuela, sí, es la madre
La verdadera madre. Aunque no lo sea biológica… La pequeña fue adoptada en una decisión muy querida, aunque no fuera “buscada”. Y mira por dónde, en una especie de bypass, un cordón umbilical unió a la abuela y la nieta. Y se hicieron madre e hija. Para siempre.
Me librará Dios de juzgar a aquella madre de siete hijos que cayó en las garras del alcohol y otras drogas. No conozco las circunstancias. No la juzgo. Te añado: no lo haría aun conociéndolas.
Aunque admito que sí le tengo un agradecimiento: su chiquilla nació y vive. Y… podía no haber ocurrido.
Allí donde habitaran, podía no haber sido así: por las denominadas “circunstancias sociales”. O en la India, por ejemplo, quizás simplemente por haber sido niña.
Y el mundo se hubiera perdido a Simone Biles.
Si no sabes, aún, de quién hablo −seguro que sí− pon ese nombre en el buscador de Google. Y dale a Enter.
Podría hablarte de muchos otros casos. Hoy quiero celebrar su vida. Y dar saltos de alegría. Una alegría mayor aún que la que nos genera ella dando saltos: mira el vídeo.
“He caído en estas reflexiones, que comparto contigo como amigo, desde un ánimo de celebración, de agradecimiento, positivo
Es un gracias a la vida.
Un agradecimiento al que me ha impulsado escuchar a Nick (mira por dónde se llama como otro de mis hijos).
Te dejo con él y concluyo el post. Eso sí, no te pierdas el vídeo. Dale algo más de tres minutos. En el fondo, te los estás regalando a ti.
Por cierto, esa misma alegría de la que antes te hablaba la siento cuando tengo a mi lado a una sobrinilla que tiene Síndrome Down. Aunque no sea olímpica es toda una campeona. La queremos.
Si crees que este post, o alguno de sus enlaces, puede ayudar a alguien, difúndelo.¡Muchas gracias!
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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