Oskar Schindler fue un empresario alemán, miembro del partido nazi, que hizo fortuna fabricando menaje de cocina, pertrechos para el ejército y munición empleando como mano de obra, en un régimen de trabajos forzados, principalmente a judíos. Quizá conozcas su historia, ha sido incluso llevada al cine.
Pasó de oportunista y frívolo, que se enriquecía gracias al régimen criminal de Hitler explotando a cientos de judíos, a buscar por todos los medios salvar a cuantos pudiera de aquellos judíos de la muerte en los campos de exterminio. En ello gastó toda su fortuna, sobornando a oficiales nazis para que hicieran la vista gorda y empleando judíos que no necesitaba en sus, en ese momento, nada rentables fábricas. Salvó a más de 1.200 judíos, los llamados judíos de Schindler.
Por sus actos fue nombrado Justo entre las naciones por el gobierno de Israel, y tras su muerte fue enterrado en el Monte Sión de Jerusalén.
Ganaos amigos con el dinero de iniquidad –dice Jesús–, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas ( Lc 16, 9). Cristo nos enseña el modo de utilizar los bienes que tenemos. El dinero no es injusto en sí mismo, pero, como ninguna otra cosa, es capaz de corromper el corazón de las personas y encerrarlas en sí mismas presas del propio egoísmo. Schindler supo ganar amigos con un dinero que en su caso sí era injusto, fruto del crimen y la barbarie.
Experimentó, en algún momento, una conversión de la lógica del tener a la generosidad de compartir, del egoísmo al amor al prójimo. Esa conversión hemos de pedírsela también a Jesús tú y yo. Ese cambio de mentalidad y de corazón que te lleve a comprender el sentido último de los bienes de la tierra. A comprender que el uso de cuanto tenemos, sea mucho o poco, conlleva siempre una dimensión de apertura a los demás.
Pídele a Dios esa conversión para tu corazón, y pídesela también para los poderosos del mundo de manera que busquen una distribución más equitativa de las riquezas. Para que no se olviden de los más pobres y necesitados, como Cristo no se olvida, como tú tampoco te olvidas.
Fulgencio Espá
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