En tiempos del Rey Carlos II de Inglaterra, dos cortesanos acudieron al capellán real en busca de consejo. Ambos cortesanos querían que un alguacil se librara de unos forajidos particularmente sanguinarios que salteaban caminos cerca de las propiedades de un señor con el que ambos querían congraciarse.
El primer cortesano quería que el encargo recayese en un alguacil joven y expeditivo. El segundo cortesano no estaba de acuerdo, ya que el susodicho alguacil era hijo de un Cavalier, es decir, que su padre había luchado en el bando equivocado durante la guerra civil que acababa de terminar.
El segundo cortesano pedía que el encargo lo realizase un alguacil leal a la causa de los Roundheads, la causa del padre del Rey. No era cuestión de poner, decía el celoso cortesano, al hijo de un rebelde en posición de destacar. Pero el único disponible por aquellas tierras era un anciano gotoso.
El capellán caviló sobre la petición un rato antes de responder: «El buen arquero no es juzgado por sus flechas, sino por su puntería». Tenía más miedo el capellán de poner vidas en manos de un buen nombre incapaz que en un eventual enemigo político. Y así fueron los hombres y el encargo a manos del mejor preparado para realizarlo.
abc.es
abc.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario