Teléfono por el que Moscardó habló con su hijo por última vez.
El general Moscardó dirigió, con el empleo de coronel, la Escuela de Gimnasia de la Academia de Infantería del Ejército. El cargo de director de dicho centro deportivo fue el que mantuvo hasta que en julio de 1936, Moscardó protagonizó la defensa del Alcazar de Toledo con el rango de jefe accidental de la Academia porque su superior inmediato, como otros muchos militares y cadetes, se encontraba de vacaciones. A esa defensa pertenece la anécdota siguiente:
Grotescamente tocado con la birreta del arzobispo y cardenal Gomá, el miliciano Cándido Cabello tomó el teléfono. Miembro destacado del PSOE en la ciudad de Toledo, Cabello había ideado una estratagema para poner fin a la resistencia que los “nacionales” oponían a las milicias del Frente Popular desde hacía ya dos días.
Al escuchar la voz del coronel al mando de las fuerzas sublevadas, Moscardó, al otro lado del hilo, Cabello volvió a sonreír entreabriendo apenas los labios, para amenazar, chulesco:
-(…) les doy a ustedes un plazo de diez minutos para que rinda el Alcázar, y de no hacerlo, fusilaré a su hijo Luis, que lo tengo aquí a mi lado.
Aunque estupefacto en un primer momento, el coronel estuvo pronto a reaccionar y, en un par de palabras, condensó mejor que cien discursos el desprecio que le merecía la categoría moral de su adversario:
-Lo creo -dijo por toda respuesta.
-Y para que vea que es verdad -prosiguió el matón-, ahora se pone al aparato.
-Papá.
-¿Qué hay, hijo mío?
-Nada, que dicen que me van a fusilar si no rindes el Alcázar…
-Pues encomienda tu alma a Dios, grita viva Cristo Rey y da un viva a España… ¡Adiós, hijo mío, un beso muy fuerte!
-¡Adiós, papá, un beso muy fuerte!
Y, dirigiéndose al socialista:
-Puede ahorrarse el plazo que me ha dado. El Alcázar no se rendirá jamás.
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