Hay
actos oficiales que se publican con tiempo y todo el mundo conoce.
Generalmente ocurre. Pero hay detalles de esos actos que, por prudencia y seguridad no
salen a la luz pública, pero que al final terminan sabiéndose. Hace dos
días tuve la oportunidad de hablar con uno de los que participaban en el
operativo de la seguridad de Papa en la celebración de la JMJ. Pude
saber que todo estaba perfectamente organizado, y que tenían previstas
cualquiera de las eventualidades que pudieran suceder, hasta la más
insólita y disparatada.
Poca
gente sabe que bajo la gran tarima de Cuatro Vientos, en donde iba a
estar el Papa, había un comando de policías expertos en explosivos para
evitar cualquier atentado. En caso de emergencia el sitial donde
Benedicto XVI se sentaba automáticamente se desplomaba, con el Santo
Padre incluido, a un foso en donde un colchón de aire
amortiguaba perfectamente la caída. Lo probaron con un sacerdote y
funcionó perfectamente. Y detalles de esta índole cubrieron todos los
lugares en donde el Papa iba a estar presente. Los accesos a lugares
cercanos a Su Santidad estaba rigurosamente controlados. Más de un Monseñor se quedó sin entrar a algunos de los recintos por no tener la documentación perfectamente en regla.
Estos
son los trabajadores silenciosos, que sin aparecer en ningún sitio
estaban en todas partes. Como ya se ha informado todo estaba diseñado
por el Jefe de seguridad del Vaticano. Me contaba este experto policía
que algunos compañeros, en la estancia del santo Padre en la Basílica de
la Sagrada Familia en Barcelona, estuvieron varias horas colgados de
arneses de alguna de las torres para vigilar los tejados.
Pero
hay un secreto muy bien guardado que me desveló esta amigo mío, cuyo
nombre me reservo. Cuando terminaron los actos en la visita a Barcelona,
el Papa y todo el sequito se trasladó al aeropuerto para despedirlo en
su viaje de regreso a Roma. Y en efecto, el avión despegó del Prat, pero
no fue a Roma, sino que aterrizo en el cercano aeródromo de Reus,
porque el Papa quería hacer una visita privada de varios días al
Monasterio de Benedictinos de Montserrat. Un helicóptero, ya previsto,
lo trasladó a la Abadía, en donde pasó varios días conviviendo con los
monjes. Quería compartir ese ambiente benedictino, del que el Papa es
muy devoto.
Esta
noticia puede parecer de ciencia ficción, pero cuando te la cuenta uno
de los testigos directos te la tienes que creer, porque no tiene ninguna
razón para inventársela. La he contrastado con alguno de los miembros
que trabajan en la Curia Vaticana, y se han limitado a decir que el
miércoles siguiente el Papa estuvo en la audiencia habitual, pero nada
dicen de su llegada a Roma.
Esto
no tiene de particular, aun que sí de insólito. También otros Jefes de
Estado hacen sus visitas privadas al margen de las oficiales. Para
España, y en especial para Cataluña, es un gran honor. Aunque la noticia
desvelada no deja de ser sorprendente. Es un secreto del Papa muy bien
guardado, aunque casi todo termina sabiéndose.
Este
Papa, tan silencioso, hace lo que tiene que hacer sin ruidos y
publicidad la mayoría de las veces. De puertas adentro del Vaticano se
sigue trabajando en silencio velando por toda la Iglesia y el bien del
mundo. El Reino de Dios actúa generalmente en el silencio de la oración y
el trato personal con las almas.
Juan García Inza
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