Los refugiados de Siria salieron en estampida al comienzo de la guerra hacia el Líbano y Jordania. Son países vecinos. Creían que se trataría de un éxodo temporal, quizás un año… pero pocos conocían que su viaje iba a durar al menos cuatro años y que quizás no tenga retorno a su hogar.
Los cristianos, los greco-melquitas (rito católico mayoritario en Siria), sabían que en la Iglesia del Líbano o de Jordania iban a ser acogidos. Y así ha sido. Han podido volver a comenzar una nueva vida gracias a sus hermanos en la fe. El cristianismo es así: una gran familia donde la puerta siempre está abierta y después de un peregrinaje de horror, uno se encuentra en casa.
En la ciudad de Zahlé en el valle de Bekaa, fronterizo con Siria y a escasos kilómetros de Homs, encontré a Nabil Habbad. Era un día laborable, por la mañana, cuando acudió como cada semana a la sede de la diócesis a recoger una caja con alimentos de primera necesidad. Los voluntarios de la iglesia local saben que es insuficiente, y él también. Pero gracias a este paquete de cartón con arroz y aceite, Nabil percibe que no está solo, que el Señor no le ha dejado a pesar de las duras pruebas que han tenido que sufrir él y su familia desde que dejaron su país y llegaron al Líbano.
Antes que usted, su hermano sufrió persecución en Siria. ¿Puede hablarnos de eso?
Mi hermano sacerdote fue secuestrado durante dos meses. Nos pidieron un rescate de 120.000 dólares para salvar su vida. Los cristianos somos moneda de cambio en esta tragedia. Mi familia, con gran esfuerzo, consiguió reunir el dinero a tiempo y se lo entregamos a los secuestradores yihadistas, que prometieron dejarle libre al día siguiente.
¿Qué pasó?
Horas más tarde del pago del rescate mi hermano fue asesinado. Lo mataron y trocearon su cuerpo. A mí me hicieron llegar una parte en una caja: su muñeca, con una cruz tatuada. Sé que mi hermano es mártir y cuidará de mí.
Usted está ahora en el Líbano viviendo con más seguridad. ¿Y el resto de su familia?
Mi otro hermano huyó a Europa, a Roma, para no sufrir la misma suerte. Dos de mis cuñados están secuestrados en Siria.
¿Qué diría a sus hermanos en la fe de Occidente?
Este es mi llamamiento: los cristianos sirios somos originarios de esta tierra sagrada. Vivimos el peligro de esta guerra que nos expulsa de nuestra querida tierra. Vuestra ayuda para nuestras familias y nuestros hijos nos permitirá conservar nuestras iglesias, que son patrimonio humano, cultural y espiritual de Oriente.
Nabil tiene pocas ganas de hablar y con su caja ya en las manos se pone en marcha hacia el barrio cristiano donde, junto con sus paisanos y amigos, comparten los bienes que han conseguido entre todos. Viven como los primeros cristianos: compartiendo, rezando y con la certeza de que el Señor es lo único que nunca abandonarán y que nadie podrá quitarles. Antes, la muerte.
Nabil Habbad se despide con los ojos llorosos y esbozando una sonrisa de agradecimiento. «No se olviden de nosotros», son sus últimas palabras.
Raquel Martín / Responsable de Comunicación de Ayuda a la Iglesia Necesitada
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