Yo, a lo mío. No paro de darle vueltas a esta fotografía, a la puerta que abre y que –temo– se normalice pronto. Abrahim Hassan ya tiene seis meses. Hace varias semanas conocimos que nació gracias a la técnica de los tres padres.
Fácilmente, los que somos padres nos podemos poner en la piel de Ibitsam y Mahmoud, un matrimonio jordano que ha perdido a dos hijos a los 6 y 2 años por una enfermedad genética que la madre porta en el ADN de sus mitocondrias –unos corpúsculos externos al núcleo de las células–. ¿Qué padres no harían todo lo que esté en sus manos para que su hijo nazca y crezca sano?
Por eso escogieron este camino que les abre la ciencia: extraer el núcleo de un óvulo de la madre e insertarlo en el óvulo, sano y vaciado, de la donante. Luego es fecundado artificialmente. Se crearon cinco embriones; solo uno se desarrolló normalmente y era viable.
¿Todo vale? El doctor Zhang tiene su clínica en Nueva York, pero tuvo que irse a una sucursal en México donde «no hay reglas», según publica la revista New Scientist. En EE.UU. esta técnica está prohibida. Solo el Reino Unido la ha aprobado, aunque no consta que se haya usado allí. La foto ha provocado la condena de parte de la comunidad científica por este avance que no está suficientemente probado. La realidad es que nadie ha vigilado el procedimiento ni se ha realizado un seguimiento al pequeño que garantice su buen estado de salud y que descarte futuros problemas en su desarrollo.
A la familia jordana les deseo salud y que el bebé alivie el dolor que arrastran tras haber enterrado a dos hijos. Pero urge extremar los controles y penalizar los excesos de quien juega –aun por el fin más comprensible– con vidas humanas. El fuerte y legítimo deseo de evitar malformaciones y enfermedades degenerativas no puede llevar a quienes creen en el milagro de la vida como un don a aceptar que una persona humana se convierta en un objeto de un proceso técnico de producción en el que, además, se eliminen otros embriones. Imaginen qué podría pasar si esta técnica se comercializa desde laboratorios sin escrúpulos.
Pedro J. Rabadán
alfa y omega
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