Decía un buen amigo respecto de sí mismo al volante que nunca había tenido un solo incidente con otro vehículo, ni tampoco multa alguna. A lo que le contestábamos al unísono varios que él no los tenía pero los provocaba.
Dejaba seguro un reguero de damnificados por su forma de conducir: ausencia de señalización al girar, pésimo cálculo de las distancias laterales, invasión frecuente de los otros carriles…
Él no habría tenido accidentes, pero seguro que ha debido de provocar varios. Y eso también cuenta, porque en el mundo no circulamos solos ni aislados, sino que nuestras acciones y omisiones influyen en los demás. Jesús en el evangelio exhorta a que tengamos cuidado de no influir negativamente.
Es imposible que no haya escándalos; pero ¡ay de quien los provoca! (Lc 17, 1). La advertencia del Señor es seria, y se dirige a sus discípulos, según ha querido hacer notar Lucas. Escándalo significa etimológicamente «piedra con la que se tropieza». A lo largo del camino encontramos piedras de estas que nos hacen tropezar. Como el mismo Jesús reconoce, es inevitable, tiene que ver con nuestra condición pecadora; aunque sea solo por debilidad tropezamos en la vida. Pero cuidado con hacer tropezar a otros, en especial a los pequeños (cfr. Lc 17, 2). Jesús lo juzga con severidad.
Piensa entonces si en tu manera de comportarte, de hablar o de vestir puedes ser ocasión de que otro tropiece. Bien por un mal ejemplo que das a otros que se fijan en ti en una cuestión moral o de costumbres, bien por algo que desdice de la vida de un hijo de Dios y resulta chocante en alguien que lucha por vivir cristianamente. Examínate en este punto y busca enmendarte, por ti mismo y por los demás a quienes puedes hacer tropezar. Nunca es tarde ni inoportuno.
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