Luis y su amigo Álvaro salieron esa mañana de agosto a navegar en el barco del primero, un 470 muy apañado. Luis a sus 15 años era ya muy diestro navegando y se bastaba él solo para manejar el barco. Álvaro, un año mayor, se limitaba a cumplir con la mayor celeridad y habilidad que le era posible las precisas instrucciones de su amigo. Aquel día probarían a salir al extremo de la ría, casi a mar abierto, a otro pueblo que también conocían bien.
Todo transcurrió con normalidad hasta el momento en que comenzaron el regreso. Enseguida se dieron cuenta de que el tiempo había cambiado y se habían descuidado al no advertirlo antes. Unas nubes grises venían del noroeste, no parecían amenazar con lluvia, al menos de momento. Pero lo más preocupante era el fuerte viento totalmente contrario y que con el creciente oleaje zarandeaba su pequeña embarcación, que si cabe en ese momento parecía más diminuta (el nombre de 470 le viene de su longitud: 4, 70 metros).
El rostro serio de su amigo Luis y la manera en que le mandaba cada cosa le hicieron comprender a Álvaro que estaban en un apuro. Sin embargo la pericia del menor de los amigos, y quizá algo de suerte, hizo que pasase enseguida. Consiguieron doblar el cabo que les devolvía a la seguridad de la ría, y, aunque más movido de lo habitual, lo que les quedaba para llegar a su pueblo no dejaba de ser el trayecto habitual. Entonces entendieron por primera vez las severas advertencias de sus padres: Navegar mar adentro, aunque sea algo aparentemente tan poca cosa como salir a la bocana de la ría, entraña siempre un riesgo.
Por eso, cuando Jesús les pide que remen mar adentro a aquellos pescadores experimentados, les ordena algo que supone un riesgo. Remar mar adentro implica ponerse a merced del mar, cuya fuerza bien conocen los navegantes. Tiempo después en ese mismo mar vivirán con Jesus una tormenta que está a punto de hundirles si no es por la intervención del Maestro. Jesús les pide que salgan de lo seguro y que asuman un riesgo. En este caso, como dice el historiador Romano Tácito, en el riesgo está la esperanza. La esperanza de una captura que se les ha negado durante toda la noche, como confiesa Pedro a Jesús.
La nueva evangelización conlleva remar mar adentro, correr riesgos y dificultades. Con la confianza de que Jesús maneja la barca y los frutos serán abundantes.
Antonio Fernández
Con Él, septiembre 2017
Con Él, septiembre 2017
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