El Everest registró el pasado miércoles su cifra récord de turistas intentando alcanzar la cima, 200. Dos de ellos murieron en medio de colas de varias horas.
Sesenta mil euros, billete arriba o abajo, es el precio a partir del cual las excentricidades de un turista rico, aburrido y falto de estímulos encuentran acomodo en forma de turismo. A cambio de esta cuantía es posible costear la licencia, que ya sale a unos 10.000, más todo el reguero de gastos que permiten disfrutar de las bondades del Everest, el punto más alto del planeta. También de sus fatalidades, claro.
El pasado miércoles, 200 personas, récord, se apelotonaron en una cola de dibujos animados para hacer la foto de rigor y, acto seguido, enfilar los 8.848 metros que las separaban del suelo. Llegaron 198. Lo que ocurrió fue que un estadounidense de nombre Don Cash y una india llamada Anjali Kulkami murieron a 8 kilómetros de altura.
No mediaron accidentes, pero ninguno pudo soportar el exceso que supone desafiar la falta de oxígeno, el riesgo de congelación y el exceso de altura que hacen del Everest un lugar inhabitable. Lo paradójico del asunto es que la motivación de este viaje a ninguna parte para el que casi mil personas ya han comprado un pase en lo que va de 2019 es precisamente ese desafío a la naturaleza por el que hace no tanto tiempo a los Oiarzábal de turno se les recibía con gloria en el aeropuerto.
Una de las empresas que organiza el ascenso, Arun Treks, apuntó rápidamente a las largas colas que se habían formado en la cima para justificar las muertes, por más que sean ya algo próximo a una costumbre: otras dos personas murieron desde que la temporada se abrió el pasado abril (y dura tanto como el tiempo lo permite), y otras cinco perecieron el año pasado, cuando 807 intrépidos tocaron las nubes, 92 más que en 2017.
La espera se estiró durante horas en las colas del ascenso por la cara que recorre Nepal, en la vertiente sur de la montaña y la única disponible hasta que la que aporta China esté operativa. La fotografía del delito, tomada por la expedición Nirmal Purjas Project, no deja lugar para los equívocos: un desfile de turistas perfectamente guiados –cientos de sherpas viven de este negocio–, botellas de oxígeno y un camino sin pérdida hacia el cielo. El retrato perfecto del ansia humana por domar lo salvaje.
Por no hablar del peligro que supone para los escaladores consumados. Como hacer un tour por la mina, pero con más prestigio en Instagram.
Nadie mejor que el fallecido Cash para probar el sinsentido. El hombre, nacido en Utah, era un avezado montañero que había ascendido al Kilimanjaro, el Denali, el Elbrus, el Aconcagua, el Jaya, el Vinson y el Everest, una colección reservada para un grupo de superdotados que no necesitaron un paquete turístico.
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Juan Ramón Domínguez Palacioshttp://anecdotasypoesias.blogspot.com.es
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