Como el verano anterior, también éste de 1970 van a Milán. Una auténtica joya de piedra, con su fachada gótica, sus ciento treinta y cinco pináculos y sus dos mil trescientas estatuas gigantes ornamentando las columnas exteriores. Una vez dentro, San Josemaría pregunta al encargado de custodiar el templo por la capilla del Santísimo, pero no lo sabe.
Se trasluce en su rostro el dolor que le ha producido esa respuesta: no lo sé. Él no se explica que se pueda estar trabajando dentro de una catedral, días y días, sin preocuparse por saber dónde está el Señor de la casa. Recorren el recinto a paso rápido hasta que encuentran la capilla del Santísimo. Una vez allí, nuestro Padre avanza hacia el altar. Se hinca de rodillas y, muy pegado al sagrario, rompe a decir en voz baja, cálida, vibrante, viril, lo que le sale del alma:
· Señor, yo no soy mejor que los demás, pero necesito decirte con todas mis fuerzas ¡que te quiero!... Te quiero, por los que vienen aquí y no te lo dicen... Te quiero, por los que vendrán aquí y no te lo dirán...
Y así, de rodillas sobre el frío pavimento, continúa rezando y rezando, hasta que D. Álvaro se acerca por detrás y le toca en el hombro.
PILAR URBANO, EL HOMBRE DE VILLA TEVERE
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