Sus dos hijos le dieron doce nietos que no habrían nacido, víctimas de la histórica sentencia Roe vs Wade.
El primer embarazo
Quedó embarazada de Chuck en enero de 1970, cuando sólo tenía quince años. Todavía faltaban tres años para la sentencia Roe vs Wade con la que el Tribunal Supremo norteamericano legalizó el aborto en todo el país. "Me vi embarazada y fue una sorpresa total. Todos pasamos por una colección de emociones: alarma, preocupación, miedo, inquietud y confusión", cuenta.
Ninguna de las dos familias consideró el aborto: "Era ilegal en 1970, y para la mayor parte de la gente, inmoral también". Solamente la madre de Judy ("creo que por desesperación", dice), llegó a sugerir la idea un día, sentada al pie de la cama de su hija, pero inmediatamente "movió la cabeza, rechazó el asunto y no lo volvió a mencionar".
Pero Judy cree que con hoy las cosas habrían sido distintas: "Si el aborto hubiera sido legal y accesible como es ahora, puede que mis padres lo hubiesen considerado como la salida fácil".
El primer matrimonio
Así que siguieron adelante, a pesar de que no era nada fácil en una pequeña localidad texana ser una madre soltera adolescente en aquella época. Chuck y ella siguieron estudiando. Los padres del chico, católicos, no querían que se casaran porque sabían que "estadísticamente, nuestro matrimonio acabaría fracasando". Sugirieron la adopción, pero los padres de Judy se negaron. La chica "no tenía ideas concretas al respecto", pero acabó secundando la propuesta de sus padres.
Las discusiones subieron de tono cuando los padres de Judy amenazaron a los padres de Chuck con denunciarle por estupro (pues él tenía 18 años) si no aceptaban formalizar la relación de alguna manera para asegurar el compromiso de Chuck con el mantenimiento del bebé. Así que al final consintieron en un matrimonio civil, cada uno se fue a vivir a su casa.
El divorcio
"Chuck y yo continuamos yendo al instituto. Yo ocultaba mi creciente tripita con vestidos y blusas amplios, me perdí muchas clases de primera hora porque me encontraba mal por la mañana, y luchaba contra las náuseas durante las largas y calurosas tardes", explica Judy. Al cabo de un tiempo, aunque los padres de Chuck no querían que viviesen juntos porque no estaban casados ante Dios, los de ella insistieron y acabaron llevándola consigo hasta que él terminó el bachillerato.
En septiembre nació Lisa y el siguiente curso Judy lo empezó como madre soltera: "Me perdí fiestas, juergas y partidos. Nunca asistí a un baile del colegio. A cambio, lavé ropa, salía de compras, cambiaba pañales... Y aprendí a no dormir de noche, a visitar el hospital, y sobre sarpullidos, vaporizadores y caquitas".
Al cabo de dos años, "como era previsible", Chuck y ella se divorciaron. Judy volvió con sus padres, pero vivir en casa "no era divertido": "Estaba agotada y sola. Tenía gana de salir y volver a quedar, así que cuando un amigo me propuso una cita a ciegas, ¡no lo dudé! Tal vez necesitaba amor y atención, tal vez tenía ganas de irme de casa de mis padres, o tal vez era simplemente víctima de la época, pero... me enamoré inmediatamente".
El segundo embarazo
Eran los setenta y la revolución sexual estaba en su apogeo: "Sexo sin culpa. Si te apetece, hazlo. Amor libre. Me acostumbré a estos eslóganes. Aparcando la prudencia, me sumergí de lleno en esta nueva relación y me sentía emocionada y feliz. Terry yo nos divertíamos juntos y me aproveché de mis padres como canguros tanto como pude. Creía que estábamos enamorados, y él lo era todo para mí".
En noviembre de 1973, Judy quedó embarazada de nuevo: "Aunque sólo tenía 19 años y aún era una adolescente, no era la niña inocente y frágil que era a los quince. Esta vez oculté mi embarazo a mis padres pensando que nos casaríamos pronto y todo iría bien. Me equivoqué".
"Terry se lavó las manos y dejó claro que no quería casarse conmigo. Incluso me acusó de querer cazarle quedándome embarazada a propósito. Y aunque le habían educado como católico, me dijo que abortara", continúa Judy.
"Sintiéndome herida y traicionada, incluso desesperada, decidí que abortar era la única forma de demostrarle que no me había quedado embarazada deliberadamente", confiesa: tras la sentencia Roe vs Wade, "el aborto era ahora legal y fácil". "Yo era impresionable y me faltaba sentido común. Si hubiese sido entonces la persona que soy ahora, le habría mandado a paseo", confiesa.
Pero en aquel momento se dejó convencer, y Terry y ella se metieron en un coche para ir a Houston a matar a su hijo en un abortorio de Planned Parenthood.
¿Qué pasó aquel día por la mente del matarife?
"El edificio era grande, blanco y terrorífico. Abrumada por el miedo, subí las escaleras y entré. Terry me acompañó hasta la sala de espera, llena de chicas, la mayor parte de ellas jóvenes como yo. Algunas estaban solas y otras con sus madres. No recuerdo haber visto aquel día ningún hombre en la habitación", prosigue Judy.
Luego la llamaron, la condujeron a una pequeña oficina y la sentaron en una dura silla ante una mujer tras un escritorio: "Sacó unos papeles y sin levantar la vista y con modales de negocios me hizo algunas preguntas básicas. Me dio algunas instrucciones sobre cómo cuidar de mí misma tras el procedimiento, pero sobre el procedimiento en sí mismo no dijo una palabra".
"Volviendo la vista atrás, me doy cuenta de que no tenía ni idea de lo que suponía un aborto. Todo lo que sabía es que no quería seguir embarazada. No sabía cómo quitarían el feto o que iba a pasar. Cuando se completó el papeleo, una enfermera vino hasta mí. Era más amable, y la primera persona que me sonrió aquel día", recuerda.
La enfermera la acompañó a la sala de operaciones. Le pidió que se quitara la ropa de cintura para abajo, la cubrió con una sábana y se subió en la mesa de exploración separando en alto las rodillas: "Cuando se fue, me quedé abierta y expuesta, completamente empapada en miedo y terror y sin idea de lo que me esperaba".
"Cuando entró el doctor, seguido por la enfermera, él ni siquiera me miró. De forma rápida y aséptica fue hasta el extremo de la mesa de exploración, se calzó los guantes de cirujano y empezó el examen. Al cabo de un minuto, levantó bruscamente la cabeza, miró a la enfermera y le dijo fríamente: ´No lo podemos hacer. Está demasiado avanzado´. Todo lo que puedo recordar es una sacudida física, una explosión de alivio como si todo mi ser se hubiese relajado de golpe, y sin pensarlo exclamé: ´Gracias a Dios´. Entonces, por primera vez desde que entró en la habitación, aquel doctor me miró. Me volví a poner tensa al percibir la ira en sus ojos. Frunció el ceño y me espetó: ´Ahora tiene que irse a otra parte´. Sin esperar respuesta, se dio media vuelta y abandonó la habitación", explica Judy.
"No recuerdo haberme levantado de la mesa, ni siquiera haberme vestido. Todo lo que recuerdo es haber sentido un éxtasis de alivio y una tremenda necesidad de, literalmente, saltar de alegría. Salí del cuarto y busqué la salida. Volví a pasar por la sala de espera. Contemplé aquellos rostros hermosos y tristes y me inspiraron una enorme compasión. Recuerdo haber pensado lo afortunada que me sentía por no ser una de ellas", continúa Judy.
El segundo matrimonio
"Y entonces me encontré a Terry en las escaleras, fuera del edificio. Me miró y me preguntó: ´¿Y bien?´. ´No lo hice´, respondí. ´¿Qué?´, me preguntó, sorprendido. Le expliqué que el médico había dicho que el embarazo estaba demasiado avanzado y que tendría que ir a otro lugar para hacerlo. Vi también el alivio en sus ojos y agradecí mi suerte", recuerda Judy: "No fuimos a otra clínica. Tal vez su formación católica sacó lo mejor de él. Tal vez, después de todo, se preocupaba por mí. Sólo sé que su corazón cambió y decidió casarse conmigo".
Ante la extraña reacción del médico, Judy se pregunta a menudo qué pasó aquel día: "Yo no había hecho nada para merecer que Dios detuviese lo que iba a suceder aquel día, pero es imposible que yo estuviese de más de doce semanas, sólo había tenido dos faltas. Pero no me lo cuestiono más, porque me volvería loca. ¿Por qué yo? ¿Por qué no todas esas almas pobres y desdichadas de la sala de espera?".
A los seis meses y medio, nació Kenny. Hoy tiene 38 años, está casado, tiene cinco hijos y es ingeniero. En cuanto a Lisa, es bioquímica, está casada con un físico de Princeton y tienen siete niños.
"Si el aborto hubiese sido legal y mis padres hubiesen decidido suprimir el embarazo, ninguno de mis nietos existiría hoy", concluye Judy: "Todos hemos sido creados por Dios con un propósito en la vida y ninguno de ellos habría tenido la más mínima oportunidad de cumplir el suyo y desarrollar su potencial en este mundo si yo hubiese abortado a mis hijos".
Quienes sólo pueden imaginar...
Al escribir este testimonio, Judy Schulte piensa "en todas esas jóvenes abandonadas en las clínicas de abortos por novios que las abandonan para que pechen ellas solas con las consecuencias el resto de sus vidas; en esas mujeres a quienes, siendo jóvenes, las traiciona nuestra cultura haciéndoles creer que el feto no es un niño de verdad, y luego las victimiza con leyes que facilitan el aborto; en esas niñas que eligen el aborto en vez de la adopción porque nuestro gobierno hace más fácil matar a un niño que adoptarlo; en esas mujeres traumatizadas por un aborto juvenil, que sufren ahora depresión e incluso ideas de suicidio".
"Pienso en todas ellas", concluye, "porque sólo pueden imaginar aquello que perdieron".
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