Era la noche del 21 de agosto de 2011: vigilia de oración en la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid. Centenares de miles de jóvenes en torno al Santo Padre. El cielo castellano se había cubierto de nubes de tormenta, y el viento arreciaba. El momento era de máxima tensión y todo amenazaba ruina. Comenzó a llover como los ancianos del lugar jamás habían visto.
Caían rayos y rugían los truenos; unos paraguas intentaban –en balde– proteger al Santo Padre del agua; la megafonía dejaba progresivamente de funcionar; el sistema de luz era aún suficiente, pero las pantallas abandonaron temporalmente toda emisión; una de las carpas que rodeaban el perímetro saltó por los aires por la fuerza del viento…
Era imposible cualquier comunicación. Los aparatos informáticos echaban humo. Cientos de unidades móviles provistas de teléfonos de última generación, portátiles excepcionales, torres de emisión/recepción de último nivel… nada era suficiente porque nada vale cuando dos millones de personas se dan cita (con sus móviles) en un mismo lugar: la red estaba absolutamente saturada.
Poco a poco, amainó la lluvia, cesó el viento. El Santo Padre quiso seguir adelante con la ceremonia de Adoración. Se acortó la liturgia y se dio paso al acto central: la exposición del Santísimo. Benedicto XVI se arrodilló a los pies de Jesús Sacramentado, y esa magnífica grey de dos millones de jóvenes hizo exactamente lo mismo sobre el embarrado suelo del aeródromo de Cuatro Vientos. Silencio absoluto; solo una ligera brisa dejaba oír su voz. Almas que rezaban. Dios más presente que nunca.
Fue entonces cuando los periodistas empezaron por fin a enviar sus comunicaciones. Todos los muchachos habían dejado a un lado sus móviles y estaban pendientes de Cristo Eucaristía. La red quedaba libre: los profesionales podían hacer su trabajo.
Jaime, joven periodista, quedó como estupefacto y entendió repentinamente que toda esa masa humana hablaba, a la vez, a una única Persona: Jesucristo. Dios existe, y habla con los hombres… y los hombres con Él. Aquel día cambió su vida: hay alguien trascendente a quien dirigirse.
Dios presente en un trozo de pan: la Eucaristía. El camino de la vida es largo: apóyate en la adoración al Santísimo Sacramento. ¿No te das cuenta de que cada vez hay más lugares donde adorar al Santísimo expuesto en la custodia? Aprovéchalo: pasa tiempo delante de Él. Recibirás mucha –muchísima– fuerza.
Fulgencio Espá
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