Gilbert K. Chesterton era lo suficientemente conocido en Inglaterra (y lo suficientemente gordo) como para ser reconocido por todos. Colaboraba en múltiples periódicos y era un ensayista de singular éxito. Sentado en el tren, disfrutaba de la lectura del cotidiano cuando fue interrumpido por el revisor. Bolsillo exterior de la chaqueta, interior; bolsillo derecho del pantalón, izquierdo, camisa…
Chesterton buscaba con denuedo su billete sin dar con él. Decenas de papelajos salían de un lado y otro: un caos a pequeña escala. El revisor, que conocía la honradez de nuestro personaje, decidió ahorrarle el mal trago: déjelo, no importa que usted no encuentre el billete. Sé que es una persona de palabra, no se preocupe.
El articulista lo miró perplejo y respondió: gracias por su amabilidad. Aun así, el interés por encontrar el billete es ahora mío porque he olvidado absolutamente adónde me dirijo. ¿Sería tan amable de indicarme qué dirección lleva este tren?
Con frecuencia se nos olvida también a nosotros el porqué de nuestras acciones, y es Dios mismo quien nos lo recuerda.
En el evangelio vemos cómo Dios prepara un banquete para los hombres: como un rey a sus súbditos. Es imponente pensar que el Todopoderoso quiera tener algo que ver con nosotros, que prepare para nosotros cosa alguna, como recordándonos que Él es la meta de todo hombre.
Los antiguos se llenaban de estupor con solo pensarlo: «pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás desde un extremo al otro del cielo palabra tan grande como esta? (…), ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego y haya sobrevivido?» (Dt 4, 32-34).
Dios, con sus intervenciones a favor de nosotros, nos recuerda a dónde vamos; cuál debe ser la dirección de nuestra vida. Como Chesterton en aquel tren, también nosotros queremos recapacitar un poco en el silencio de nuestra oración, para dirigir nuestra vida a la boda que el rey tiene preparada para nosotros.
¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Adónde me dirijo?
Fulgencio Espá
Fulgencio Espá
San Mateo 22, 1-14
En aquel tiempo, volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo, diciendo: El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda. Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta? El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: Atadlo de pies y manos y arrojadlo afuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.
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