Un grupo de jóvenes de buena posición social. Como era el camino de Santiago, la ropa de marca era de sport: zapatillas, pantalones, camiseta y gorra… todo. Después de la agotadora marcha por tierras de Castilla, pleno verano, cuarenta grados, cero árboles, llegaron al reparador albergue con su ducha, pequeña siesta y buena comida. Por la tarde todo era otra cosa.
Aprovecharon para participar en la Misa del pueblo. El sacerdote invitó a todos los peregrinos a hacer una oración en la sacristía una vez acabada la Misa. La estancia era grande, con inmensas cajoneras para los objetos litúrgicos en el perímetro, y una mesa antigua en el centro.
El sacerdote del lugar dio la bendición del caminante a todos los peregrinos. Junto a este grupo de chicos bien, había otro compuesto igualmente solo de tipos que tenían pintas bastante desastradas. Estuvieron toda la ceremonia callados. Finalmente, se invitó a todos a rezar el ave maría juntos: ni eso sabían.
Una vez que se separaron de ellos, nuestro grupo comenzó a criticarlos: por sus pintas, por no saber las oraciones, por casi todo, aunque no habían hecho casi nada.
A la mañana siguiente, aprovecharon para ir a la Misa de siete de la mañana de una pequeña iglesia situada a la salida del pueblo. La sorpresa fue descubrir que los únicos fieles que asistieron a esa celebración fueron los jóvenes de pintas raras de la tarde anterior. Se saludaron tímidamente. En Misa tuvieron una conducta piadosísima: comulgaron casi todos.
A la salida, observaron que había un religioso entre ellos: era el sacerdote encargado de la cárcel de menores de una ciudad costera española. Había conseguido todos los permisos para que aquellos muchachos, delincuentes todos con delitos graves, pudieran hacer el camino de Santiago. Gracias a ese fraile, alguno de esos chicos había puesto por primera vez después de años un pie en la calle. Muchos se habían confesado. Casi todos habían recuperado la fe. Nadie me ha querido como el hermano José, confesaba uno entre lágrimas, acusado de haber intentado asesinar a su padre…
¿Quién está invitado a la Mesa Eucarística? ¿Con quién estaba más contento Jesús: con aquellos delincuentes, convertidos por el amor de un pastor, o con aquellos que horas antes los juzgaron con dureza? Escucha y medita lo que la Escritura te dice:
Los inexpertos, que vengan aquí, voy a hablar a los faltos de juicio: Venid a comer mi pan y a beber mi vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la prudencia. (Prov. 9, 5-6)
Fulgencio Espá
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