Cada día era una historia. Una mañana había asesinado a tres campesinos, por la tarde había robado la caja fuerte del bar, y los fines de semana decía haberse bebido hasta la última gota de alcohol del pueblo.
Lo peor es que se lo creía: Esteban –que así se llamaba– estaba absolutamente convencido de su culpabilidad en cada una de estas cosas, y le costaba explicarse por qué no lo llevaban a la cárcel. Luego se le olvidaba, y a otra cosa. Todos le conocían y no lo tomaban en consideración: es culpa –decían– de su enfermedad.
Esquizofrenia es una palabra que viene del griego y significa partir (escindir) la inteligencia. Califica a ese grupo de enfermedades mentales que disocian las funciones psíquicas y pueden conducir a una demencia incurable.
Esteban era así. Se inventaba historias en su cabeza que luego iba contando por ahí. Tenía una doble existencia: la vida sana, cuando era capaz de razonar con sencillez, pensar con normalidad y llevar a cabo valoraciones objetivas de la realidad; y la esquizofrénica, cuando su cabeza saltaba por los aires y todo se desfiguraba.
En la vida espiritual existe el riesgo de caer en la esquizofrenia de la conciencia, llamada doble vida. Existen casos extraordinarios, que aparecen en la prensa, de personas que por un lado parecían ejemplares e incluso un modelo de vida humana y cristiana, y al mismo tiempo sostenían otra vida subterránea llena de pecado, lejana a todo arrepentimiento. No se trata solo de que no cumplieran lo que aconsejaban a otros: eso es debilidad. No me refiero a eso: el asunto es que no se lo creían; se engañaban a sí mismos y engañaban a los demás.
A menor escala, a nosotros nos puede suceder lo mismo. Poco a poco, como sin querer, nos hemos significado en medio de nuestros compañeros de estudio o de trabajo como cristianos que quieren ser ejemplares: tu modo de salir de marcha, la misma constitución de tu familia (numerosa), tu fidelidad a la Misa dominical… han hecho que los demás te consideren un cristiano y, quizá, un modelo a seguir.
Pero en el fondo de tu conciencia se acumulan pequeñas dobles vidas (insisto: no hablo de debilidad), motivos poco limpios y algo turbios para actuar, que hacen que secretamente sospeches sobre la verdad de tu propio camino. Algunos ejemplos: no te duele en absoluto el corazón cuando fallas a tu Dios en la oración; actúas mucho mejor cuando eres visto por los demás; envidias a los que son más valorados que tú o piensas que tu camino es demasiado exigente…
Así comienza a sembrarse la semillita de la doble vida. Poco a poco, si no le prestas atención, crecerá, y esa simiente de tristeza buscará frutos de compensación en una vida paralela, secreta, sensual, autocomplaciente. No serán grandes cosas, sino pequeñas compensaciones que dejan el alma tibia. Piénsalo.
Fulgencio Espá
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