Vivir ciento tres años es garantía de multitud de experiencias. Dos guerras mundiales, un premio Goethe como mejor escritor de la lengua alemana, soldado, literato, refinado asistente a tertulias y convenciones, todo eso y mucho más ilustra la vida que Ernst Jünger entregó, pocos meses después de su conversión a la fe católica, el 17 de febrero de 1988.
Durante lo años 30 del siglo pasado, Jünger se posicionó abiertamente contra la ideología nazi. Llegó incluso a participar en el atentado que trató de dar muerte a Hitler. Después de haber defendido durante años a su patria, se avergonzó de ella después de conocer el programa nazi de exterminio judío, y llegó a afirmar que «el uniforme, las condecoraciones y el brillo de las armas, que tanto he amado, me producen repugnancia».
En su obra «Sobre los acantilados de mármol», Jünger presenta a un personaje cuya norma de vida nos resulta inspiradora. Otón trataba a todos los seres humanos que se le acercasen «como hallazgos raros descubiertos en una caminata. Le gustaba calificar a los humanos de “optimates”, palabra con la cual quería indicar que a todos es preciso contarlos entre la nobleza genuina de este mundo y que cada uno de ellos puede obsequiarnos con las dádivas más excelsas. Tomaba a los seres humanos como si fueran vasijas de lo maravilloso y a todos les reconocía derechos de príncipes, como a imágenes excelsas. Y realmente yo veía cómo todas las personas que se acercaban a él se abrían cual plantas que despertasen de un sueño invernal; y no es que se hicieran mejores, sino que se hacían más ellas mismas»[1].
Encontrarse con Jesús y fomentar la amistad con Él es un modo seguro no solo de hacernos mejores, sino de hacernos nosotros mismos. Jesucristo desea que nos asemejemos a él sin dejar de ser lo que somos, con nuestro particular forma de ser y las características de conducta que nos son más propias. Los cristianos no se producen en serie, como los seres amarillos que acompañan a Gru, el villano favorito, en el magnífico filme de Pixar. Todos amarillos, todos iguales, todos sin ideas. Eso no es un cristiano. Eso no es lo que Jesús quiere.
Cristo nos considera también a nosotros «optimates». Cuando suspendas tu actividad para hacer la oración de cada día, te ruego que tengas esto bien en cuenta: te acercas a alguien que te considera como vasija preciosa y tesoro sin tasa. Con esa disposición conseguirás llegar a ser tú mismo; o sea, serás capaz de cumplir la voluntad que Dios tiene sobre ti.
[1] Ernst Jünger, Sobre los acantilados de mármol (Barcelona 2008) 49.
Fulgencio Espá
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