Realmente sorprende, pero así lo encontramos en el libro de J. Marqués Suriñach, el Valor de los defectos ajenos, y merece la pena reseñarlo. Protagoniza esta historia el gran Isaac Newton (1642-1727), científico que no necesita mayores presentaciones.
Debido a su amor por los animales, mantenía en su casa londinense dos gatos, uno grande y otro pequeño. Con el deseo de que pudieran los dos "mininos" tomarse un respiro por el jardín, que también tenían su derecho a disfrutar un poco del aire libre, pidió a un carpintero que practicara en la puerta de la casa dos agujeros, uno grande y otro pequeño, de forma y manera que cada gato estuviera en condiciones de salir por donde mejor le conviniere.
El carpintero se quedó bastante perplejo y no sabía si callar o decir algo. No se atrevía. El mismo Newton observó esa vacilación y animó al carpintero:
-Venga, diga lo que tenga que decir. ¿Qué inconveniente ve usted?
Con timidez, el buen hombre se dirigió al gran sabio:
-A mí me parece que con un solo agujero grande habría bastante, porque por él podrían pasar el grande y el pequeño.
Lo estupendo de este asunto es que Newton no se molestó lo más mínimo. Reconoció su error -su despiste- y pidió al carpintero que hiciera lo que debía, agradeciéndole la sinceridad.
JULIO EUGUI
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