martes, 23 de mayo de 2017

El Everest, en solo 26 horas

Kilian Jornet desafía al tiempo y al techo del mundo, que holla sin oxígeno y sin cuerdas.
Quería ser contador de lagos. El sueño de un niño que se crió en un refugio a 2.000 metros en la Cerdaña. Su padre, Eduard, era el guía y responsable. La montaña fue su patio de juegos, y también su clase, con su madre, Núria, profesora particular en deportes de montaña. 

Tan acostumbrado a las alturas que el Aneto (3.404 metros) se le quedó corto a los cinco años. Conforme soplaba velas, Kilian Jornet (29 años) también aumentaba su amor por las cumbres y sus retos para abrazarlas, explorarlas, redescubrirlas. Quizá, en realidad, encontrarse y tratar de hollar sus propios límites. 

Por el momento no tiene. Los va encontrando mientras deja su leve huella en todas las cimas del planeta. Ayer sus pies coronaron el Everest, a la carrera, sin cuerdas, sin oxígeno, sin compañía. Solo el guía de montaña, y ahora videocámara, Sébastien Montaz, lo acompañó de los 7.500 a los 8.000 metros para dejar constancia de la hazaña.

El ascenso duró 26 horas. Más lento de lo que pensaba porque un virus estomacal lo obligó a parar más de la cuenta en el último tramo. Aunque no tenía un objetivo de tiempo. No hay registros anteriores al suyo. «Subir a la cima del Everest sin cuerdas fijas no es algo que se pueda hacer todos los días. Vi una puesta de sol espectacular y, a medianoche, llegaba a la cima. Estaba solo, pero veía luces de frontales tanto en la vertiente norte como en la sur, de expediciones que comenzaban el ascenso. Empecé a bajar, para llegar lo antes posible al campo base», explicaba Jornet. Una subida y una bajada en las que invirtió, en total, 38 horas. Su entorno confirmó para ABC que está bien, que habló con sus padres y que se recupera de esas molestias por las que tuvo que frenar su ascenso.

Comenzó el sábado 20 de mayo desde el punto en el que se encuentra el monasterio de Rongbuk (5.100 metros) y fue alcanzando los diferentes campamentos hasta hollar la cima en la medianoche ya el 22 de mayo. Su intención principal fue la de regresar al punto de partida, pero decidió dar por terminado su reto en el campo base avanzado, a 6.400 metros. 

Esta ascensión fugaz forma parte de su proyecto «Summits of my life» («Cumbres de mi vida») que comenzó en 2012. Recorre las cimas más altas del mundo de la forma que él enfoca la vida: compitiendo contra sí mismo, ligero de equipaje, sin dejar demasiadas huellas. Una manera de acercarse a las montañas que no complace a otros alpinistas que defienden la paciencia y la mesura para atrapar por completo los encantos de este deporte. Sin embargo, Jornet vive y disfruta así, con ascensos de apenas horas en las que otros invierten días.

Otras conquistas
En su mochila, siempre liviana –unos 20 kilos–, lleva ya el Mont Blanc (4.810 m., en 4 horas y 57 minutos), el Cervino (4.478 m., en 2 horas, 52 minutos), el Denali (6.190 m., en 11 horas y 48 minutos) y el Aconcagua (6.962 m., en 12 horas y 49 minutos). El Everest era una cuenta pendiente, pues ya lo intentó en 2015, pero el terremoto se lo impidió; y el año pasado, pero las malas condiciones meteorológicas le hicieron dar media vuelta por precaución. Esta vez sí ha podido llegar a la meta, para la que se preparó en apenas un mes en el Cho Oyu (8.200 metros), donde pasó un par de semanas con su pareja Emelie Forsberg. «Hemos estado entrenando en hipoxia unas semanas y fuimos a los Alpes antes de venir. Este tipo de aclimatación exprés parece funcionar, y el cuerpo se fatiga menos. Por tanto, llegamos más fuertes el día del reto».

El día 15 fue su último entrenamiento: de los 6.400 a los 8.000 metros en nueve horas. Para condicionar su cuerpo y elegir la mejor ruta: la norte. Cinco días después, el tiempo lo invitó a salir a jugar y a correr por la montaña, como cuando era niño.

Varias veces campeón del mundo de skyrunning, carreras verticales, de montaña y de esquí, el español siempre se ha sentido más a gusto en las alturas que en tierra firme. Allí, donde las huellas del hombre son fugaces, encuentra la paz y la perspectiva para aprender que las verdades solo son puntos de vista, y para afrontar las bajadas, físicas y emocionales. «Aprendo de la conversación, de estar en sociedad, pero es en la soledad de la cumbre donde se te aparece el espejo que te pregunta qué haces contigo mismo», explicaba para este diario cuando presentaba su personal proyecto. Decía de él que lo importante no era conseguirlo, pero no podría vivir ni ser feliz sin, al menos, intentarlo.

Es suyo el récord del Everest, pero todavía tiene muchos lagos que contar durante sus carreras por las cumbres más altas del mundo.

abc.es

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