jueves, 11 de marzo de 2010
¡MOJAD LAS CUERDAS!
Las personas cambian, pero hay un testigo que, aunque mudo, ocupa desde hace siglos una posición privilegiada en la plaza de San Pedro en Roma: el enorme obelisco que se alza en el centro de la plaza, y que lleva casi dos mil años contemplando las principales páginas de la historia de la Iglesia; en primer lugar, el martirio de San Pedro.
Data del siglo XX a. C., y fue erigido en la antigua ciudad egipcia de Heliópolis, en honor del sol, en tiempos del emperador Amenemhet II. Fue traído a Roma por deseo de Calígula, en el año 40 de nuestra era; y se cuenta que, para transportarlo indemne, se llenó una nave de lentejas. El obelisco fue colocado en el centro del circo de Calígula, posteriormente circo de Nerón, a pocos metros a la izquierda de los muros de la actual basílica vaticana.
Allí abrazó el martirio San Pedro y en las proximidades recibió sepultura su santo cuerpo. En 1586, Sixto V hizo que se trasladara al punto central de la actual plaza. La tarea la confió al arquitecto Domenico Fontana. Los preparativos duraron siete meses, y en el traslado tomaron parte novecientos siete hombres y se utilizaron setenta y cinco caballos. Sobre el obelisco se colocó una cruz que contiene en su base un fragmento del Lignum Crucis.
Cuentan que, cuando estaban colocando el obelisco en la plaza, el Papa ordenó a los asistentes que guardaran silencio. Pero las cuerdas que lo amarraban estaban a punto de romperse. Entonces un hombre gritó: ¡mojad las cuerdas!. Y así se hizo con rapidez, lo que logró que los amarres aguantaran y que el obelisco fuera colocado felizmente en su pedestal. En ese momento se levantó un enorme grito de la multitud reunida con el que se mezclaron pronto los cañonazos de alegría de Castel Sant'Angelo. Más tarde el Papa recompensó al que se atrevió a dar la orden decisiva.
Es de admirar la audacia del desconocido que dio la orden, como la docilidad de Fontana y sus hombres en ejecutarla.
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