Es manifestación de humildad hablar sin afectación ni rebuscamiento, o sea, sin «escucharse» a uno mismo, como vulgarmente se dice.
Hubo un individuo en el que el rebuscamiento y la exquisitez del lenguaje no fueron vanidad, sino sencillamente que no andaba bien de la cabeza, en concreto desde que, de chaval, le sacudieron una pedrada en esa parte del cuerpo; andaba el pobre trastornado.
Siendo ya maduro -según la narración de José Mª Iribarren, Retablo de curiosidades-, le dio por estudiar diccionarios y hacer acopio de palabras sonoras. Apodaba a la silla: «descansamiento humanal»; al pan: «amasijo farináceo»; para expresar que se rieron mucho, afirmó: «nos escanciamos de riseces». Envió a una dama, con motivo de cumplir años, una tarjeta de este estilo: «Hace triginta anualidades que la evacuaron del maternal seno. Por tal motivo la parabiendeo». No está mal.
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