Se examinaba de Derecho Romano frente a un catedrátíco de mirada seria:
-Háblame del edicto del pretor.
-Háblame del edicto del pretor.
El alumno tragaba saliva, intentaba recordar algo, pero no le venían recuerdos a la mente, ni del pretor ni mucho menos del famoso edicto. Trató de ganar tiempo (¿para qué?).
-Por favor, déjeme unos minutos para pensar.
El cátedro:
-No se preocupe; tiene usted tiempo hasta septiembre.
Con un hilillo de voz, la cara llena de manifiesta angustia, respondió el estudiante:
-Yo no pedía tanto tiempo...
Es probable que el profesor conociera la inutilidad del esfuerzo. Lo que sí es cierto es que Dios -que es Padre- sabe mejor que nosotros lo que nos conviene y cuándo debe otorgarlo.
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