Un cuento de Tolstoi, titulado Donde hay amor, allí está Dios, nos advierte sobre la importancia de ver a Cristo en los demás.
Martín, zapatero remendón, ya viejo, vivía solo. Leía los Evangelios y procuraba vivir cristianamente. Habiendo leído la pobre acogida que un fariseo había dispensado a Cristo, tuvo el deseo de que el Señor visitase su barraca. Una noche oyó, dormido, esta voz: «Martín, Martín; mira por la ventana, mañana, porque Yo iré».
¿Sería un sueño? De todos modos, al día siguiente se preparó para recibir a Jesús. No acudió. Un anciano que barría la nieve en la calle le produjo lástima. Le llamó y le ofreció una taza de té caliente. «¿Está usted aguardando a alguien?», preguntó el viejo entre sorbo y sorbo. Martín le contó la historia del sueño.
Más tarde divisó una mujer que tiritaba de frío, con un bebé llorando en los brazos. También a ésta la hizo entrar y la soc orrió.Atardeció y Cristo no había comparecido. Pero Martín seguía en la ventana aguardando.
Después fue una vendedora de manzanas quien llamó su atención, porque advirtió que un muchacho le robaba una y lograba escapar. Martín corrió hasta alcanzarlo. Consiguió que hicieran las paces, y el ladrón quedó tan arrepentido que se ofreció a ayudar a la vendedora a transportar el cesto hasta su casa.
Llegada la noche y cerrada la puerta, volvió el zapatero a la lectura favorita. Desde un rincón oscuro llegó a él otra vez la voz misteriosa: «Martín, ¿no me conoces?». El zapatero preguntó: «¿Quién es?». «Soy yo», dijo la voz. Y por un momento apareció el barrendero. «Soy yo», repitió. Y se mostró la mujer con un bebé. «Soy yo», y la mujer de las manzanas con el muchacho le sonrieron y desaparecieron. Martín estuvo muy contento al ver que Cristo le había visitado aquel día tres veces.
Cfr. F. H. Drinkwater, Historietas catequísticas
Martín, zapatero remendón, ya viejo, vivía solo. Leía los Evangelios y procuraba vivir cristianamente. Habiendo leído la pobre acogida que un fariseo había dispensado a Cristo, tuvo el deseo de que el Señor visitase su barraca. Una noche oyó, dormido, esta voz: «Martín, Martín; mira por la ventana, mañana, porque Yo iré».
¿Sería un sueño? De todos modos, al día siguiente se preparó para recibir a Jesús. No acudió. Un anciano que barría la nieve en la calle le produjo lástima. Le llamó y le ofreció una taza de té caliente. «¿Está usted aguardando a alguien?», preguntó el viejo entre sorbo y sorbo. Martín le contó la historia del sueño.
Más tarde divisó una mujer que tiritaba de frío, con un bebé llorando en los brazos. También a ésta la hizo entrar y la soc orrió.Atardeció y Cristo no había comparecido. Pero Martín seguía en la ventana aguardando.
Después fue una vendedora de manzanas quien llamó su atención, porque advirtió que un muchacho le robaba una y lograba escapar. Martín corrió hasta alcanzarlo. Consiguió que hicieran las paces, y el ladrón quedó tan arrepentido que se ofreció a ayudar a la vendedora a transportar el cesto hasta su casa.
Llegada la noche y cerrada la puerta, volvió el zapatero a la lectura favorita. Desde un rincón oscuro llegó a él otra vez la voz misteriosa: «Martín, ¿no me conoces?». El zapatero preguntó: «¿Quién es?». «Soy yo», dijo la voz. Y por un momento apareció el barrendero. «Soy yo», repitió. Y se mostró la mujer con un bebé. «Soy yo», y la mujer de las manzanas con el muchacho le sonrieron y desaparecieron. Martín estuvo muy contento al ver que Cristo le había visitado aquel día tres veces.
Cfr. F. H. Drinkwater, Historietas catequísticas
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