Estaba una religiosa muy enferma de un continuo flujo de sangre. Sus compañeras se habían ido cansando con el paso del tiempo de atenderla. Había una que se había ofrecido voluntariamente para prestarle continuo servicio, pero llegó un momento en que ya no toleraba tanto trabajo como el que le suponía la enferma, y marchó a ver a la abadesa con intención de pedir que la relevase en ese encargo.
Según pasaba por el claustro, tal como acostumbraba, se arrodilló delante de un Cristo. Éste, en voz baja, le dijo: «Hija mía, ¿así te vas y me dejas?». En ese momento cayó en la cuenta la religiosa de la amorosa reprensión que se encerraba en estas palabras, y con lágrimas respondió al instante: «No, Señor, no me voy; acudiré a esta obra de caridad todos los días de mi vida». Cosa que, en efecto, cumplió como había prometido.
J. EUGUI (de Fray Jacobo de Castro, en crónica de la provincia franciscana de Santiago, dentro de su breve historia del Convento de Santa Clara de Benavente. La recoge F. Pérez Fernández-Golfín en un artículo titulado El Sacramento del perdón («Palabra», número 236))
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