En septiembre de 1982, Juan Pablo II iba a celebrar una Misa para trescientos enfermos. La ceremonia daría comienzo a las cuatro y media de la tarde. Los más optimistas vaticinaban: «Durará hasta las siete y media, por lo menos». No acertaron en la previsión, porque a las diez de la noche aún no habían salido de allí. El Papa se empeñó en hablar con todos y cada uno de ellos.
El escritor francés A. Frossard ha dicho: «Dios sólo sabe contar hasta uno». Quería así indicar que Dios no ve una multitud, sino que mira a sus hijos uno a uno. De modo semejante, tampoco el Papa «mira» a una multitud. El también escritor francés Christian Chabanis comenta: «En una multitud ve un rostro, y luego otro rostro... Cada vez ve a un ser único al lado de otro ser único; y uno de sus mayores sufrimientos es no poder hablar con cada uno de ellos».
J. EUGUI
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