Cuando el cardenal Pizzardo se encontraba con San Josemaría, sin importarle ni poco ni mucho que hubiera o no gente delante, le cogía por la cabeza y le estampaba un sonoro beso en la nuca, al tiempo que exclamaba:
· ¡Gracias, porque usted me ha enseñado a descansar!
Y, si veía ojos de asombro alrededor, hacía esta confesión: -Yo era uno de los que pensaban que, en esta vida, sólo cabía o trabajar o perder el tiempo. Pero él me regaló una idea clara, maravillosa: que descansar no es no hacer nada, no es ocioso dolce far niente, sino cambiar de ocupación, dedicarse a otra actividad útil y distraída durante un tiempo.
Pizzardo, una personalidad de peso en el Vaticano, fue secretario de la Sagrada Congregación para la doctrina de la Fe y prefecto de la Congregación de seminarios y Universidades. Sabía bien lo que era trabajar. Pero le faltaba aprender esa lección del descanso activo, del descanso enriquecedor, del descanso que no es pérdida de tiempo.
· ¡Gracias, porque usted me ha enseñado a descansar!
Y, si veía ojos de asombro alrededor, hacía esta confesión: -Yo era uno de los que pensaban que, en esta vida, sólo cabía o trabajar o perder el tiempo. Pero él me regaló una idea clara, maravillosa: que descansar no es no hacer nada, no es ocioso dolce far niente, sino cambiar de ocupación, dedicarse a otra actividad útil y distraída durante un tiempo.
Pizzardo, una personalidad de peso en el Vaticano, fue secretario de la Sagrada Congregación para la doctrina de la Fe y prefecto de la Congregación de seminarios y Universidades. Sabía bien lo que era trabajar. Pero le faltaba aprender esa lección del descanso activo, del descanso enriquecedor, del descanso que no es pérdida de tiempo.
Pilar Urbano, El hombre de Villa Tevere
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