Cansado retornaba al hogar, sabedor de que su mujer y sus tres hijos algo le tenían preparado. Me quieren mucho, pensaba al volante, al tiempo que una involuntaria sonrisa se esboza en su cara. Pensar en su esposa y sus tres hijos era luz en medio de una jornada llena de nubarrones. Deseaba llegar pronto: verlos ya.
En casa, cada uno había preparado su particular homenaje al padre. Sabían que estaba cansado y que todo lo merecía. Nada más entrar, apareció el pequeño, de apenas cuatro años, que con gran dificultad había aprendido una poesía de cuatro micro-versos que balbuceó emocionado. Contento, el padre se agachó, lo tomó y lo besó, recordándole al oído lo estupendo que había estado y lo bien que lo había hecho.
No había alcanzado el salón cuando salió a su paso un joven casi adolescente, unos doce años, que consideraba que tenía edad para dedicar a su padre un discurso hecho por él. Es verdad: no era Cicerón ni Winston Churchill; era un hijo que, con cosas tomadas de acá y de allá, y algo de su propia cosecha, decía a su padre lo mucho que lo quería. El padre, orgulloso, revolvió el pelo del muchacho y le dio un golpecito en la espalda.
Era muy guapa. Tendría dieciséis años. La hija mayor que, como muestra de la pureza de su conciencia limpia, había preparado un ramo de flores para su padre. Ella misma se ruborizó, porque dudó al verle si un tal regalo era para un hombre que normalmente tiene en poco esas cosas. Y así, con más vergüenza que audacia, la muchacha se presentó delante de su padre, que con cariño la besó e intercambió unas palabras, sorprendido por la inocencia de su propia hija.
Finalmente, alcanzó el lugar donde estaba su esposa. No hubo palabras: sencillamente se miraron, quizá una mínima sonrisa... y siguió su camino. La mirada bastó: una mirada que reconocía muchos años juntos, enfermedad, alegría, dificultad, fecundidad, derrotas... amor.
El niño, el adolescente, la chica y la esposa: cuatro ejemplos de oración, cuatro modos de encontrarse con Dios. Trata de imaginarte el trato con Cristo según estas cuatro figuras. Verás cuánto fruto.
Fulgencio Espá, Con Él, junio 2013
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