He rechazado algunos comentarios que me han dejado perplejo y no sólo por los habituales insultos anónimos que uno recibe con resignación. Me refiero ahora a esos que se enfadan conmigo porque, en su opinión, soy “demasiado alegre”. R5, por ejemplo, un amable lector con nombre de coche, suelta venablos contra mí porque escribí una tarde que estaba contento, incluso feliz, exultando a solas por una buena noticia que esperé durante años y que por fin llegó.
“No están los tiempos para bobadas ni gilipolleces” ―escribe con sutil elegancia―.
Y, a continuación, me echa en cara los cinco millones de parados, la corrupción de los políticos, el latrocinio de la banca y el caso Urdangarín. Al parecer, si yo no fuese tan irresponsable, ante este panorama debería arrugar el ceño nada más despertarme y me uniría al coro de los eternamente irritados.
“No se puede ser “curita guay” cuando la gente no tiene para dar de comer a sus hijos”, explica otro anónimo.
Luego me recomienda que viva en la realidad. “Hay que bajar a las alcantarillas y convertirse en rata si es necesario. El pueblo ya no traga las sonrisitas de los curas ni de los banqueros”.
Son las once de la noche. Hago examen de conciencia y empiezo por dar gracias a Dios por todo lo bueno que nos ha concedido en este día de junio. Luego pienso en mis errores, no en los del gobierno, y, por último, saco un par de propósitos para mañana.
Lo siento, amigos; no soy capaz de unirme al orfeón de los encolerizados. A pesar de la alergia, del dolor de espalda y otros achaques que no os interesan, sigo tan contento como ayer.
Enrique Monasterio
O quizá un poco más.
http://pensarporlibre.blogspot.com
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