Conocían de sobra el modo de pensar del maestro. De ahí que les chocara tanto. ¿Acaso había enloquecido? Lo cierto es que don Ángel ya no sabía qué hacer para convencer a sus pupilos que existe una vida más allá de la vulgar existencia que a disgusto alberga en sus empequeñecidos corazones. Y no se le ocurrió otra cosa.
Era una mañana de martes a primera hora. Dijo –y esto era lo único cierto– que había estado todo el fin de semana de retiro espiritual. Callado. Rezando. Expuso entonces, a viva voz, la conclusión a la que había llegado tras sesudas horas de reflexión.
La vida, muchachos, hay que vivirla. Disfrutarla. Sin freno. Para lograr ese objetivo, son necesarias al menos tres condiciones. La primera de todas es viajar sin límite. Perdonadme que sea duro con vosotros pero debo deciros que, si a estas alturas solo conocéis un continente y menos de media docena de países, me parecéis unos desgraciados. Buscad un novio o una novia que os lleve a lugares lejanos; no os conforméis con cualquier cosa. Viajad mucho: esquiad en Austria, veranead en Estados Unidos... en fin, procurad iniciar hoy una carrera que no pare nunca, porque en viajar nos va demasiado.
La segunda condición es esta: convenceos de que todo compromiso, salvo aquel que podáis contraer con vuestro equipo de fútbol, es vano. Limita la libertad. Coarta. ¡Ojo con casarse! Algunos dicen que es la sepultura del amor, y comienzo a pensar que no les falta razón...
Finalmente, vivid esta vida como enemigos de la vida. No os compliquéis el día de mañana con hijos que lo único que consiguen es dar molestias y no agradecerte nada, pensad que...
Antonio, visiblemente escandalizado, alzó la voz sin esperar su turno: ¡¡Usted no puede creer eso, ¿verdad?!!
Don Ángel no lo creía, pero el programa que había presentado tan crudamente se propone a diario a jóvenes y adultos. Un modo de entender la vida en que no hay lugar para los pobres y los enfermos, los niños y los necesitados. Los agoreros de ese way of life, placentero y falso, condenan a la sociedad a un mundo sin futuro y dejan fuera de juego a los que nada tienen y nada pueden. Son sectarios. Son enemigos del auténtico progreso.
Con su extraña perorata, el maestro consiguió esa mañana que sus alumnos pensaran que la vida auténtica se encuentra en la entraña de lo normal: en la capacidad de entablar verdaderas amistades, en el estudio y el trabajo bien hechos, en el cumplimiento de las obligaciones y en el crecimiento maduro, capaz de formar, a su tiempo, ese consorcio apasionante que se llama familia.
Y nosotros, que no perseguimos otra cosa, que hemos recibido el don maravilloso de un horizonte concreto de amor y de entrega, de compromiso y de vida... ¿vamos a tener alguna vez envidia del que obra egoístamente?
El bienestar no reside en la quietud autocomplaciente del corazón, sino más bien en amar y saberse amado. La entrega fecunda llena con su luz el vivir de los creyentes, aun en medio de las dificultades más dolorosas. Por eso, aunque paradójica, siempre será verdad la palabra del Maestro: «el que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará».
Fulgencio Espá, Con Él, julio 2014
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