Doña Prudencia Segurola era sorda, pero conducía su coche tomando todo tipo de precauciones. Siempre atenta al velocímetro, jamás superaba la velocidad prevista por las normas de tráfico. Nunca hacía maniobras bruscas ni adelantamientos arriesgados; manejaba con precisión los intermitentes y miraba con frecuencia al retrovisor.
Precisamente por eso se alarmó al ver por el espejo que le seguía un coche de la policía. Y cuando sus luces coche empezaron a parpadear, le entró pavor y pensó:
“¿Qué es lo que he hecho mal? No paso de 100 kilómetros, no he bebido alcohol ni me he fumado un porro, me he puesto el cinturón, he renovado mi carnet, pasé la inspección… ¡todo está en orden!”
Doña Prudencia aparcó en el arcén, y el policía detrás. La señora puso el freno de mano, abrió la ventanilla, y se resignó a que le pusieran una multa. El policía salió del coche, se acercó a la ventanilla de la señora y le habló. Ésta le señaló su oído con el dedo para advertirle de que era sorda. El policía entonces sonrió y, con lenguaje de signos, le dijo:
─Sí señora, ya sé que no oye; es que me han enviado para advertirle de que el claxon de su coche se ha atascado y no deja de sonar.”
Enrique Monasterio
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