jueves, 20 de octubre de 2011

CON LA TABLA AL HOMBRO

     Un día observé cómo cuatro hombres llevaban una tabla grande (no demasiado grande). Se dirigían hacia donde me encontraba y pude comprobar que se trataba de una pizarra; una pizarra, según me pareció, que podía ser llevada con cierta facilidad por dos personas; pero la llevaban entre cuatro. ¡Y los cuatro cansados!

      Con un paso cansino se acercaban hacia donde me en­contraba y les pude oír cómo protestaban del peso que llevaban: «Que yo llevo más peso que vosotros», decía uno; «Que tú llevas sólo con la punta de los dedos ... »; así pasaron y se alejaron dejando un rastro de fatiga y malhumor. La tarea de acarrear la pizarra (no sé dónde) les estaba resultando realmente ingrata y pesada.

      Yo me preguntaba cómo una cosa tan liviana podía, de hecho, pesar tanto. Y me acordé de muchos cristianos, de nosotros mismos, cuando llevamos nuestras obligaciones de cara a Dios como una carga, sin amor, sin ilusión.

      F. Fernández Carvajal, La alegría de amar a Dios

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