Nadie podría reprochar al joven obispo Francisco de Sales que no se entregaba en cuerpo y alma a su ministerio en Armency. Predicaba, confesaba... ; hasta la catequesis de los niños era tarea suya. Pero un día cuenta en carta a Mme. Chantal un suceso trágico que ha contemplado en la región de los Alpes. Vio cómo un pobre pastor, que corría de aquí para allá en persecución de una vaca, caía por una grieta del hielo. No se habría tenido más noticia suya si no fuera porque el sombrero, que perdió al caer, quedó junto al borde. Un vecino bajó a buscarlo, atado a una cuerda y con riesgo de la propia vida, y logró recuperar el cadáver.
Con humildad escribe San Francisco la lección que ha recibido:
«¡Qué espoleo para mí! Este pastor que corre por tan peligrosos lugares por una sola vaca; esta caída tan horrible que le causa el ardor de la persecución; esta caridad del vecino que se echa al abismo para sacar a su amigo del fondo... i Oh, Dios mío!, exclamé, ¿y por qué he de ser yo tan cobarde en la busca de mis ovejas?»
Cfr. M. Henry-Coüannier, San Francisco de Sales
Estoy disfrutando muchísimo este blog! Bendiciones y gracias.
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