Habla uno de los curas villeros que el Papa Francisco ha sostenido,
acompañado y guiado en los últimos años: «El cardenal venía a la villa,
se dejaba ver a mi lado, me acompañaba como un padre, apoyándome personal y públicamente en el momento para mí más difícil».
En las barracas de Villa 21 el Papa Francisco está ya en una foto pegada en un muro. «La otra noche los habitantes han salido a celebrarlo» por calles sin asfaltar y mal iluminadas, entre cloacas abiertas y paredes semiderruidas: en la favela
más grande de Buenos Aires todos conocían al arzobispo Jorge Mario
Bergoglio y lo habían visto personalmente. «Celebraba misa y bautizaba,
venía constantemente a vernos, era uno de nosotros».
Cura villero, «sacerdote de barracópolis», al igual que los jóvenes sacerdotes que había enviado a los lugares más oscuros y olvidados de la capital, «sin abandonarnos jamás: ayudaba no sólo con su palabra, sino también con su presencia constante».
José María de Paolo es conocido en estos lares como «Padre Pepe». Barba larga, las mangas de la camisa arremangada, una distancia oceánica con respecto al terciopelo rojo de la Santa Sede, y sin embargo con un sólido vínculo con el nuevo Papa. «Ver a la persona con la que has compartido el mate salir al balcón vestido de blanco... ¡Caray, qué sensación!».
«Él me protegió»
En misión ahora por la provincia, el padre Pepe considera a Bergoglio «un amigo y un padre espiritual»: «Fue él quien me mandó en 1997 a Villa 21», al frente de un «equipo de sacerdotes» en una parroquia extrema, situada en una tierra de compra y consumo de drogas. Cuatro sacerdotes para cuarenta mil personas: «Gracias a él, a su presencia, hemos conseguido desarrollar muchos trabajos de prevención y recuperación». Gracias a la intervención del arzobispo, Di Paola se ha salvado: «Me la habían jurado, él me protegió».
Ha sido por la droga. «Yo coordinaba a los sacerdotes, corría el año 2009 y habíamos hecho una declaración pública sobre el narcotráfico que no tenía control ni límite en Villa Miseria, estaba devastando a todos, incluyendo a los niños». No pasó inobservado, y un hombre bien vestido y con acento de ciudad se apresuró a explicárselo: «Me dijo que me matarían». Después vinieron las amenazas telefónicas y las cartas. «Pero Bergoglio me defendió: durante una misa en la Plaza de Mayo, en el centro de Buenos Aires, habló abiertamente de las amenazas cuando nadie lo sabía. Tanto es así que los medios de comunicación me buscaron, empezaron a interesarse, se despertó la atención por lo que estaba sucediendo. Pero no sólo eso, el cardenal venía a la villa, se dejaba ver a mi lado, me acompañaba como un padre, apoyándome personal y públicamente en el momento para mí más difícil».
¿Reaccionario o progresista?
Blanco o negro, explica José María Poirier, director de la principal revista católica argentina, Criterio: «Bergoglio ha sido un hombre de ruptura, o de frontera como prefiere decir él. Austero, sobrio, severo, distante tanto de la teología de la liberación como de las corrientes de derecha». Reaccionario para algunos, progresista para otros: «No es fácil definirlo. Ha mantenido juntos a los obispos en años complicados, pero tanto dentro de la Compañía de Jesús como de la Iglesia argentina ha sido muy amado y muy odiado».
El Padre Pepe lo adora: «Estoy convencido de que su mirada, incluso ahora que es Papa, se dirigirá siempre a los más pobres».
Religión en libertad
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