ATERRIZAJE
¡Estabas tan contento! Te veías fuerte de cuerpo y espíritu; sincero, alegre, trabajador. Incluso humilde, sin alardear, por supuesto, para no hacer el ridículo. Además eras elocuente, ingenioso y muy simpático.
No hacías la oración del fariseo, pero alguna vez te aproximaste peligrosamente a aquel “te doy gracias, Señor, porque no soy como los demás hombres”.
Ahora, en el hospital, ha bastado una sencilla operación quirúrgica para que empieces a comprobar que sí eras como los demás, sólo que con mejor salud. Y cuando te sorprendes de que te cuesta ser fuerte, humilde, valiente y alegre, te he contestado que ya iba siendo hora.
―Agradece a Dios que te conceda la oportunidad de ejercitar esas virtudes como un mortal cualquiera. Bienvenido a la tierra, amigo.
ENRIQUE MONASTERIO
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