lunes, 19 de agosto de 2013

La Misa de los filósofos

 
   La Misa de los filósofos. Una curiosa iniciativa de un capellán audaz que sorprendió a los descreidos universitarios.

   Lo nombraron capellán de la Facultad de Filosofía, con mucho una de las más agresivas de la universidad estatal. La práctica religiosa del alumnado era, siendo generosos, del 5%. El número de bautizados era casi idéntico al de no creyentes o practicantes de otras religiones: el ambiente, por así decir, no era el más propicio.

   Sin embargo, el sacerdote era joven y lleno de energía e inventó una iniciativa que acabó atrayendo a la práctica totalidad de los alumnos. Un día a la semana celebraba una Misa muy especial: un funeral por un filósofo. Para que lo conociera todo el mundo, ponía carteles por las aulas: «Próximo viernes, Misa por el eterno descanso de Karl Marx», por ejemplo.


   En la homilía, hablaba del filósofo difunto: de su vida y de su filosofía, de los aspectos más positivos y de aquellos otros conflictivos. Por allí pasaron Descartes, Hume, Hegel, Nietzsche y Unamuno, entre otros. En la capilla acabaron por darse cita casi todos los estudiantes de la universidad, atraídos por una idea original y por la excelente predicación.

   En una de esas ocasiones se oró por el alma de Emmanuel Kant. Sinceramente, desconozco si será verdad, pero se dice que su conducta fue absolutamente intachable: nació a pocos kilómetros de la costa y jamás conoció el mar, se dedicó exclusivamente a trabajar, y rindió como mil; estricto en el cumplimiento del deber, escrupuloso en cada una de las tareas que acometía... y con todo, tengo serias dudas de que solo con esto fuera feliz. La verdad de la vida humana no se logra cumpliendo, sino amando.

«Maestro, todo eso lo he cumplido desde siempre, ¿qué me falta?». Jesús se encuentra con un joven que era un cumplidor de corazón inquieto, un buen chico que sabía ser fiel a sus compromisos y cumplir con su deber. Una cosa muy buena, qué duda cabe. A la vez, sabía que algo le faltaba y por eso acude a Jesús: el joven rico era consciente de que no basta ejecutar lo bueno, sino que hay que amar con corazón grande. Tenía deseos de cosas mayores.

«Vende cuanto tienes y luego vente conmigo». La respuesta de Cristo mueve nuestra oración y suplicamos al Señor la fidelidad inquebrantable de hacer todo lo que le agrada, y le pedimos fuerza para vender también nosotros todo lo que sea necesario para amar de verdad... porque la satisfacción plena de la vida humana no se logra cumpliendo, sino amando.


El joven rico, finalmente, no siguió a Jesús, porque para imitar a Jesucristo es necesario que el corazón esté libre de todo apegamiento. Las riquezas lo tenían esclavizado, de modo que no fue libre para estar con el Maestro, ¿qué nos retiene a nosotros, a ti y a mí?


Para vivir en gracia de Dios, para estar cerca de Jesús, para conservar el amor en la familia y perseverar en la educación de los hijos, para ser delicado con tu novia o vivir con finura la relación con tu novio, para ser limpios en nuestras relaciones... ¡para todo! es absolutamente necesario habitar en una constante vigilancia de amor. Distraerse es apegarse.

Esta atención debe hacerse especialmente sensible con aquello que puede robarnos el corazón. No es necesario que sean cosas grandes: un modo de vestir, ropa de marca, el tipo (ahora que estamos en verano), el pelo o un coche pueden encadenarnos con facilidad. Lo notaremos cuando este conjunto de cosas nos generen una preocupación excesiva o un agobio injustificado. Ese día podrás decir que te has apegado, y que, como el joven rico, te cuesta no dar la espalda a Jesús.

También podemos sentirnos apegados a bienes no materiales, como, por ejemplo, el tiempo. Mi tiempo es para mí, y agobia pensar que otros puedan requerir de nuestra ayuda. Solo dedicarás un segundo a aquellos de los que puedes sacar algo: así de egoístas somos en ocasiones, ¿no es verdad? La falta de generosidad con nuestro tiempo es una gruesa cadena que impide una verdadera libertad para el amor.

También la excesiva vinculación a una persona puede alejarnos de Dios. Es bueno saberlo. Por encima de Dios no puede estar nadie, y, si abandonas todas tus cosas e incluso a ti mismo al criterio y al amor de una sola persona que no sea Dios, puede ser que un día te sientas un poco solo o abandonado, ya porque se haya ido, ya porque te hayas dado cuenta de que la confianza total y absoluta se pone exclusivamente en el Señor.


Fulgencio Espá, Con Él, Agosto 2013



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