Los niños y los jóvenes –y todos, en general– cambian cuando no solo se les ama, sino cuando se saben amados. Ilustrémoslo de la mano del gran educador de la juventud.
El 10 de mayo de 1884, san Juan Bosco escribió al oratorio de Turín. Había tenido un sueño. En él, Valfré y otro antiguo integrante del primer oratorio le llevan a ver el lugar: el ambiente, las risas, la pureza y las decisiones de entrega a Dios. Después, conducen a don Bosco al oratorio actual. En su visita aprecia caras de desagrado, faltas de sinceridad que invalidan confesiones enteras, desgana, comentarios frívolos e incluso impureza en los pensamientos y gestos de los jóvenes.
El alma del santo se llena de tristeza, y pregunta a sus guías por la causa de tal fraude. Amor no les falta, objeta Bosco: les he amado con todo el corazón y he enseñado a los salesianos a quererles de idéntico modo. ¿Qué es lo que está ocurriendo? ¿Por qué se muestran ahora los jóvenes menos dispuestos, más díscolos, distantes? Es Valfré quien le contesta:
—Falta que los jóvenes no sean solamente amados, sino que se den cuenta de que se les ama.
—Pero ¿no tienen ojos en la cara? ¿No tienen luz en la inteligencia? ¿No ven que cuanto se hace en su favor se hace por su amor?
—No, repito; no basta.
—¿Qué se requiere, pues?
—Que, al ser amados en las cosas que les agradan, participando en sus inclinaciones infantiles, aprendan a ver el amor en aquellas cosas que naturalmente les agradan poco, como son la disciplina, el estudio, la mortificación de sí mismos, y que aprendan a hacer estas cosas con amor.
—Explícate mejor...
Y Valfré se explica: la ineficacia de los que educan, aunque amen de verdad, reside en su escaso interés por las cosas banales de los educados. Los maestros ya no participan de los recreos de los niños; los padres ya no se tiran al suelo a jugar con sus hijos.
Los niños crecen cuando perciben que al adulto le interesan de verdad sus cosas, sin falsedades ni composturas. El joven progresa cuando el educador es capaz de divertirse sinceramente con él: con su música, sus juegos, el deporte que le gusta... ¡todo lo suyo es mío!
Si somos apasionados por la vida, con dificultad dejarán de ilusionarles las cosas de los demás. En cualquier caso, grabémoslo a fuego en nuestras almas: el desprecio por las pequeñeces de los menores se traduce en su ausencia de ánimo para las cosas grandes.
Fulgencio Espá, Con Él, Agosto 2013
Me ha impresionado el apunte, me trae a la mente el viaje de Dante de manos de Virgilio por el infierno... y me da ganas de ver la película de Don Bosco que me han dicho que es tan buena... el amor es lo más, Teresa de Calcuta dice que... cuando amas hasta que duele, ya no hay más dolor... sino más amor. sentirse querido es lo más, eso te da alas en tu adultez para luchar, porque han creído en ti, porque sabes que tú vales.
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