Pelo hasta la cintura, tatuaje en el brazo, pendiente en la oreja derecha. Se llama Hugo. Camiseta de tirantes, pantalones piratas, un piercing en el labio y en la lengua; de nombre, Tamara. Ambos llamando a la puerta del despacho parroquial para preguntar cómo se puede bautizar al hijo que acaban de tener.
El encargado del despacho –Manolo, un jubilado encantador, padre de una familia numerosa y abuelo entrañable– les atendió con cariño, explicando las condiciones para el bautizo de la criatura. Les preguntó –hay que hacerlo– si estaban casados, encontrando un «no» rotundo (incluso orgulloso) por respuesta.
El buen hombre había ganado cierta confidencia con la pareja, que era, por otra parte, bastante simpática. Aprovechó para contarles su experiencia matrimonial: la belleza de querer a una mujer para toda la vida, de dárselo todo o, al menos, de querer dárselo todo, de cuidarla como la primera y la última, como la única.
Era evidente que quería mucho a su mujer, que aún vivía. Más de cuarenta y cinco años de convivencia no habían apagado su amor: Seguimos juntos, y muchas veces no diciendo nada nos decimos todo. Para mí, el matrimonio no es la sepultura del amor. ¡Todo lo contrario! Es el comienzo...
Y un amor que sea, además, fecundo. Ver crecer a los hijos, las incertidumbres en la educación, lo pesado de la adolescencia, enfrentamientos, peleas, alegrías, ilusiones... un continuo crecimiento.
Manolo comenzó a emocionarse. Miró a la joven pareja, con su bebé, y no pudo menos de decirles, con voz paterna: ¿Qué queréis para vuestro hijo? ¿Queréis que tenga unos padres de verdad toda la vida o que pague vuestro egoísmo de no querer estar juntos? Además, ¿por qué no queréis casaros? –entonces miró a Hugo–, ¿acaso no la quieres para toda la vida? Nada me haría más daño que pensar que no quiero a mi mujer más que a ninguna otra cosa en este mundo. Ella lo es todo para mí.
Tamara miró a Hugo, como suplicando ella también un amor para toda la vida.
Porque contraer matrimonio no es cosa de papeleos, no es una decisión administrativa, como no es tampoco un evento social: es una vocación de amor que define la vida entera.
¿La quieres de verdad? ¿Crees en el amor para toda la vida?
Tamara y Hugo se casaron, claro... y quedaron con Manolo y su mujer: ¡Menuda aventura, viejo! Creo que no he hecho nada mejor en mi vida.
Fulgencio Espá, Con El, agosto 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario