El siglo XX hereda del XIX tres poderosas concepciones ateas de la vida: el
positivismo, el comunismo y el irracionalismo. En el origen de esta triple herencia,
encontramos, respectivamente, a Comte, Feuerbach y Nietzsche. Auguste Comte
La religión positivista
En La filosofía de Augusto Comte, escribe Levy-Bruhl: «La historia de la
humanidad puede ser representada, en cierto sentido, como una evolución que va de
la religión primitiva (fetichismo) a la religión definitiva (positivismo).» Hablar de
religión positivista sonará siempre a metáfora. Sin embargo, por increíble que pueda
parecer, Comte diviniza su propio método y se declara fundador y Sumo Pontífice de
esa nueva religión:
Estoy persuadido de que, antes de 1860, predicaré el
positivismo en Notre-Dame como la única religión real y completa.
El propósito de regenerar la sociedad asume en Comte la forma de una religión en
la que se sustituye el amor a Dios por el amor a la Humanidad: el Ser que engloba y
trasciende a todos los individuos. A imitación del universalismo católico, Comte crea
su propio sistema eclesiástico y lo dota de dogmas filosóficos y científicos, ochenta
fiestas, nueve sacramentos y sacerdocio. Habrá un bautismo laico y los días estarán
consagrados a cada una de las siete ciencias.
Los institutos científicos serán los
nuevos templos laicos, habrá un Papa positivista, los jóvenes obedecerán a los
ancianos y estará prohibido el divorcio.
Comte no simpatiza con el ateísmo a secas, pues le parece una postura negativa y
pobre, que deja insatisfechas en el corazón del hombre las necesidades a las que
Dios había respondido. En cambio, la nueva religión positivista orienta nuestros
sentimientos y pensamientos hacia la Humanidad, «el único y verdadero gran Ser,
del cual somos conscientemente miembros necesarios».
De esta manera, «la
Humanidad sustituye definitivamente a Dios». Y un día, convertida la catedral de
Notre-Dame en el gran Templo occidental, «la estatua de la Humanidad tendrá por
pedestal el altar de Dios». El positivismo es esencialmente una «religión de la
Humanidad». Comte no dudaba en oponer a los «esclavos de Dios» a los «servidores
de la Humanidad». Y «en nombre del pasado y del porvenir» invitaba a éstos, únicos
capaces de «organizar la verdadera Providencia», a apartar para siempre a aquellos
«perturbadores y reaccionarios». En su personal propuesta política, Comte excluía
de los puestos directores de su ciudad, «por ser reaccionarios y perturbadores», a
«católicos, protestantes y deístas»; en una palabra, «a todos los diversos esclavos
de Dios».
En el peculiar calendario de la religión positivista, Compte ha previsto que se dé
culto, según los meses y los días, a grandes bienhechores de la Humanidad:
científicos, políticos, filósofos, militares y fundadores religiosos. Entre estos últimos,
encontramos a Confucio, Moisés y Mahoma, pero no aparece Jesucristo.
El fundador
de la religión de la Humanidad declara que «mirará siempre como una obligación
sagrada la justa glorificación de sus predecesores», pero ignora sistemáticamente al
más importante. Cuando necesita nombrarlo, utiliza una perífrasis y no disimula su
hostilidad: «Este personaje», que no fue más que un «aventurero religioso», no ha
aportado nada a la humanidad, y era «esencialmente un charlatán», un «falso
fundador, cuya larga apoteosis suscitará en el futuro un irrevocable silencio».
Si el cristianismo mira al cielo, la religión positivista mira a la tierra, y en ese
sentido la política es el todo de esta religión. Lo mismo que Platón quiere que los
filósofos gobiernen la polis, Comte aspira a que los positivistas gobiernen los
Estados:
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Apoderaos de la sociedad, pues os pertenece, no según derecho, sino
por un deber evidente, basado en vuestra exclusiva aptitud para dirigirlo
bien, ya como consejeros especulativos, ya como dirigentes activos. No
hace falta disimular que los servidores de la Humanidad vienen a sustituir a
los servidores de Dios en todos los aspectos de los asuntos públicos,
porque han sido incapaces de interesarse bastante por ellos y
comprenderlos realmente.
José Ramón Ayllon, Dios y los náufragos, Ed Belacqua
interesante
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